No permitamos que la alegría de este tiempo se quede en las luces, los abrazos, el espectáculo y los símbolos. Dejemos que esa alegría ayude a sanar las heridas más profundas que tenemos y nos lleve a reconstruir relaciones respetuosas, sanas y funcionales, buscando siempre generar espacios de dignidad en los que todos nos podamos realizar.
Y el próximo año, con elecciones ese riesgo será aún mayor y ahí más firmes debemos estar. La Navidad nos recuerda que antes que bandos, somos personas; antes que diferencias, comunidad. Cuando volvemos a la mesa, como familia, la esperanza no se pierde. Cerramos un año duro. Abrimos otro desafiante.
La Navidad, al final, es eso: una temporada para agradecer, pero también para mirar hacia adentro. Para reconocer nuestras propias oportunidades y recordar las que otros no tienen. Para entender que la dignidad no depende de la situación jurídica de nadie. Que todos, absolutamente todos, merecemos una segunda oportunidad.
Lo que preguntan por ahí
Colombia se enfrenta a una decisión trascendental: continuar el experimento fallido del petrismo con Cepeda o apostar por un liderazgo disruptivo que promete orden y autoridad con Abelardo. Dos visiones, dos caminos. Uno nos acerca al modelo autoritario y empobrecedor que hundió a Venezuela; el otro apuesta por seguridad, eficiencia y desarrollo.