Tal vez el dilema no esté en celebrar o no celebrar, sino en cómo hacerlo, pues la Navidad no debería ser un paréntesis moral. Diciembre llega siempre con una exigencia tácita: celebrar, sonreír, brindar y desear paz. A eso podríamos sumarle un espacio familiar para reflexionar sobre lo que está ocurriendo en el país, para enviar un mensaje de solidaridad a quienes pasan estas fechas en circunstancias difíciles.
Todo lo que quieras pedir, pídelo por los méritos de un mejor gobierno, y sin populismo y con integridad poco te será negado. Haz que después de tanto discurso, aprendamos de nuevo a gobernarnos con rigor, corazón generoso y firmeza con el delito.
No permitamos que la alegría de este tiempo se quede en las luces, los abrazos, el espectáculo y los símbolos. Dejemos que esa alegría ayude a sanar las heridas más profundas que tenemos y nos lleve a reconstruir relaciones respetuosas, sanas y funcionales, buscando siempre generar espacios de dignidad en los que todos nos podamos realizar.
Esta creciente reyerta entre el poder ejecutivo y el poder judicial en numerosos países se explica, en buena medida, por la nueva centralidad que ha adquirido la justicia. Una realidad incómoda para quienes, acostumbrados a ejercer el poder sin contrapesos, hoy descubren que el Estado de derecho ya no es un simple concepto abstracto, sino una realidad operativa.