La alopecia areata (AA) es una enfermedad autoinmune que puede afectar a personas de cualquier edad, género y grupo étnico. Se produce cuando el sistema inmunológico, por error, ataca los folículos pilosos, provocando la caída repentina del pelo en parches redondos u ovalados conocidos como “monedas” o “aros”, que pueden aparecer en el cuero cabelludo, cejas, pestañas o barba. A menudo se confunde con la alopecia androgénica —la calvicie común que avanza con los años—, pero no es lo mismo.
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Según estudios epidemiológicos internacionales, la alopecia areata, de la cual se conmemora su día mundial este martes, afecta actualmente entre el 0,1 % y el 0,2 % de la población mundial, y el riesgo de desarrollarla en algún momento de la vida se estima en alrededor del 2 %.
En aproximadamente un 20 % de los casos, la enfermedad evoluciona hacia formas más extensas o crónicas, como la alopecia totalis o universalis. Diversas investigaciones también han documentado que entre el 30 % y el 50 % de los pacientes experimentan síntomas de ansiedad o depresión vinculados al impacto emocional y social de la pérdida de pelo.
A pesar de estas cifras y de su impacto en la calidad de vida, en Colombia la alopecia areata sigue siendo tratada, en la mayoría de los casos, como un problema estético. Esta percepción errónea retrasa el acceso a un diagnóstico oportuno y a tratamientos efectivos, lo que afecta directamente la salud física y emocional de quienes la padecen.
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“La alopecia areata no solo provoca la pérdida de pelo; también impacta profundamente el bienestar psicosocial. Ansiedad, aislamiento y cuadros de depresión son frecuentes en quienes la padecen. El estigma, la burla y la discriminación agravan este impacto, especialmente en niños y adolescentes, quienes muchas veces se ven obligados a ocultar su diagnóstico”, afirma Mauricio Torres Pradilla, Dermatólogo pediatra.
Con el propósito de cambiar esta realidad, el Grupo Colombiano de Tricología y la Asociación Colombiana de Dermatología Pediátrica lanzan la campaña “Alopecia areata: nada que esconder, todo por vivir”, que busca reconocer la AA como una enfermedad real y compleja, que requiere un tratamiento integral y especializado para que los pacientes recuperen su confianza y bienestar.
Antonia, una paciente de 16 años, cuenta que su alopecia areata comenzó a los 7 y expresa que “En la adolescencia todos se preocupan por tener el pelo perfecto, cambiar de corte o de color. Yo tuve que aprender a vivir sin él. Durante años fue una montaña rusa: me crecía, se me caía, volvía a crecer y otra vez desaparecía. Hace un año y medio ya no lo pude esconder más y decidí raparme”.
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Para muchos pacientes, la alopecia areata no es solo la pérdida del pelo: es la pérdida de momentos y experiencias que parecen normales para los demás. Para una adolescente, el pelo es parte de su identidad; imagínese no tenerlo. Para un niño, puede convertirse en el motivo de burlas crueles en el colegio. Para un adulto, es la incomodidad de sentirse observado en una fiesta o en la oficina, con miradas que juzgan o preguntas invasivas como: “¿por qué no usas peluca o pañoleta?”. Situaciones como estas llevan a muchos a aislarse, a dejar de compartir con otros, no por falta de ganas, sino por miedo a ser señalados.
Aunque durante mucho tiempo se ha considerado un problema estético, la alopecia areata tiene un impacto físico, psicológico y social que exige un enfoque integral. Esto implica un diagnóstico preciso y un tratamiento a cargo de dermatólogos.
La campaña hace un llamado a médicos generales, autoridades de salud y medios de comunicación para reconocerla como una enfermedad autoinmune con consecuencias profundas, y a los pacientes para que busquen atención profesional especializada.
También busca sensibilizar a peluqueros y estilistas: cuando detecten esas “monedas” en el cuero cabelludo de sus clientes, deben orientarles a consultar con un especialista y no recomendar remedios caseros que retrasen el tratamiento adecuado.