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Por: Juan Rincón Vanegas

Aquel domingo 26 de mayo de 1957, día de San Felipe de Nerí y Santa Mariana de Jesús, nació Diomedes Díaz Maestre, exactamente en Carrizal, jurisdicción de La Junta, municipio de San Juan del Cesar, La Guajira.

Para llegar a este territorio se recorre un camino inhóspito que surcan dos ríos. A su alrededor, todo es dominado por animales silvestres, mientras que la brisa se pasea a sus anchas. El paisaje es acogedor, y todavía está la muestra de aquel lugar donde vino al mundo el artista más grande que ha dado la música vallenata.

Las medidas del vetusto rancho que acusa el paso de los años son de cuatro metros de ancho, por seis de largo; y aún se conservan los estantes, el techo de zinc y el piso agrietado.

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En esa dimensión se encierra el tesoro que en aquel tiempo tuvo la pareja conformada por Rafael María Díaz Cataño y Elvira Antonia Maestre Hinojosa, quienes se abrieron paso con trabajo y dedicación, esperando que la vida les sonriera con su carga de 10 hijos: cinco hombres y cinco mujeres.

A pesar de que la estrella del futuro no alumbraba lo suficiente para Diomedes Díaz, con el paso de los años el joven pueblerino brilló con luz propia, y se convirtió en el artista que se impuso contra todos los pronósticos. Cantidad de veces lo vieron nadando contra la corriente, teniendo varias caídas hasta llegar a triunfar.

El primer amor

Precisamente en el recorrido por esa tierra guajira, apareció aquella mujer que fue la primera aventura de amor de Diomedes Díaz. Ella es Bertha Rosario Mejía Acosta, quien se mostró dispuesta a contar la historia. “Estando sentada en la caseta de Rosario Maestre, en La Junta, con motivo de los carnavales, sin darme cuenta, se me acercó y me estampó un beso en la espalda. Yo tenía puesta una blusa de canastica. Entonces le reclamé y me dijo que le había provocado porque yo le gustaba”.

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Continuó llamando a los recuerdos. “Todo siguió de coqueteo en coqueteo y todo iba en aumento y cuando vinimos a darnos cuenta estábamos emparejados. Con decirle que él no podía llegar a mi casa y nos veíamos a escondidas porque mi mamá, (Eugenia María Acosta), no lo aceptaba, porque era un pelao parrandero y no le veía ningún futuro”.

Esos amores juveniles los destacó de la siguiente manera. “Fueron amores verdaderos con esa inocencia de antes, y que se hicieron más fuertes porque eran prohibidos. De esa unión nació Rosa Elvira, exactamente cuando el muchacho ‘Medes’, como yo lo llamaba, tenía 17 años, tres meses y 12 días de edad”. Hizo la cuenta precisa. Su hija escuchó el relato contenta y agradecida.

Los dichos de ‘El Cacique’

El artista devoto de la Virgen del Carmen dejó una estela de dichos que lo hicieron famoso a lo largo de su carrera artística. De esa cosecha, está el principal. “Como Diomedes no hay otro, ese nunca nacería, y si nace no se cría, y si se cría se vuelve loco”.

Después llegaron en serie. “Denme licor que la vida es corta y lo que no se nos va en lágrimas, se nos va en suspiros”; “Que vivan las mujeres, las dueñas de los hombres y las que nos ponen a trabajar”; “Estoy más contento que un muchacho en recreo y con el raspao en la mano”; “Denme licor que el agua es pa’ las matas”; y “Mátame guayabo, ya que el amor no pudo”, entre otros.

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También muchas veces le formularon preguntas sueltas y con su inteligencia natural, contestaba. “A mi me gustan las mujeres feas porque muchos no las miran, en cambio a las bonitas, sí”. Siguiendo con el tema, señaló. “Me llaman la atención las muchachas del servicio doméstico. Ellas son buenas, nobles y sanas”.

Diomedes Díaz sentó catedra del amor a la familia. “A los hijos hay que quererlos, a los hijos hay que cuidarlos. Porque el hijo siempre es hijo, salga bueno o salga malo”. De igual manera, dijo que la envidia era una enfermedad incurable como el cáncer. “Hay envidiosos con estilo propio y les luce”.

En medio de las historias que tuvieron ocurrencia en la vida de Diomedes Díaz, sobresale el cariño a su fanaticada hasta regalarles una canción. “Toditas mis canciones siempre se refieren al amor, pero esta vez mi inspiro pa’ cantarle a mi fanaticada. Porque un artista solo, no puede conservar su valor y hay que reconocer que ninguno nace con fama. Por eso yo con mi fanaticada, siempre contento vivo cada día, cantándoles bonitas melodías, de esas que yo compongo con el alma”.

Dos canciones

El talento innato de Diomedes Díaz, lo llevó a componer una serie de canciones donde los hechos de su vida eran los protagonistas. Incluso, le hizo una canción a su primera cana, noticia de su vejez.

A Rafael Orozco, le correspondió cantarle el tema ‘Cariñito de mi vida’, (1975), haciendo hizo un paseo por la naturaleza cuando el amor se asomaba en su pensamiento. “Ay, en tiempos de invierno a las montañas, las cubren las nubes en la cima, y se reverdecen las sabanas, se colma la fauna de alegría. Y se alegra el campesino, la esperanza lo emociona. Y yo entre más días te deliro, en invierno y verano ando ahora”.

Después gustoso Iván Villazón interpretó el tema ‘La sombra’, (1987) donde ‘El Cacique de La Junta‘, pudo fotografiar en palabras ese instante de la inspiración. “Cuando he mirado mi sombra yo la comparo tal como soy. O de pronto será el sol que me dibuja en la tierra. Pa’ que comprenda que ella, siempre será lo que soy, y que de pronto me voy, y ni la sombra me queda”.

Así era el hijo de Rafael y Elvira, quien trazó su sendero desde aquellas mañanas frías en el pueblo de La Junta, donde el viento regalaba aromas lejanos y nacían los primeros versos que el pentagrama vallenato tiempo después recibió con los brazos abiertos. Diomedes, por siempre.