Maravillosa época de los picós en Barraquilla, y por supuesto nuestro Barrio Los Andes no se quedó atrás. El picó Divina Ilusión cuyo dueño era el señor Hernán Pérez y Julito Caro como ‘maestro aguja’ –que después por snob recibió el sofisticado nombre de discjockey. Lo mismo que el picó de Daniel Choperena con su romántico nombre El Enamorao, también El Sonoro, monofónico y resonante picó de planta de las inolvidables verbenas del extraordinario músico Nuncira Machado, fabricado con accesorios de origen Alemán de propiedad de los hermanos Orlando y Pedro De los Reyes.
Todos ellos amenizaron y alegraron, ininterrumpidamente, durante muchos años, las verbenas y fiestas de carnaval de nuestro querido y añorado barrio. Linda época en donde los artistas de los pases y el ritmo exhibían sus grandes dotes de bailadores en las puertas de las fiestas ante los ojos de la familia ‘Miranda’ (los mirones) quienes se apostaban desde muy temprano, dado el caso algunos se ‘parqueaban’ mucho antes de comenzar la fiesta, hasta ayudaban a trastear el ‘escaparate musical’ como también las rústicas mesas y bancos de madera que servían para sentarse. En algunas ocasiones, estos eran utilizados como armas letales, cuando se suscitaban las esporádicas peleas protagonizadas por fiesteros beligerantes.
El Cara’e Teléfono era uno de ellos, le gustaba la pelea más que tener novia. Armando Viloria su nombre de pila, muy a pesar de ser un excelente bailador era camorrero. De esos que a los pocos minutos de protagonizar una tremenda bronca sellaba la paz con sus contrincantes brindándoles gentilmente una cerveza bien fría (vestida de novia) o un trago grande pata’e gallo por lo común de aguardiente o Ron Blanco (gordo-lobo) acompañado de un fuerte apretón de manos y un efusivo y conciliador abrazo. Pero, si el contrincante se mostraba irreconciliable, reacio de hacer las paces, Cara e’ Teléfono le ofrecía su atractiva novia para que bailara la siguiente tanda.
Jaime De Lavalle Carbonó.