Se viene con todo el Festival de la Leyenda Vallenata, en homenaje al maestro Calixto Ochoa. Aún recuerdo como si fuera ayer cuando Rafa De la Hoz, estudiante de Medicina, vallenato de pura sepa, hoy por hoy un prestigioso oftalmólogo en la capital del Cesar, llegaba a mi apartamento en Bogotá y con mucho guayabo me decía “ay ve, compadre H, otro año sin ir al Festival por los benditos parciales, amalaya estuviera allá”. Y así iban llegando al consulado –como le decían a mi apartamento– uno a uno los amigos cesarenses que por diferentes motivos les era imposible asistir a ese magno evento. Pero bueno, en medio de esos lamentos y tristezas aprendí a querer al Valle.
Más de quince años han pasado, y esta es la hora que desde mi hermosa Barranquilla vivo todavía ese lamento que heredé de mis amigos cuando no puedo ir al Festival. Trato siempre de mantener ese contacto con el Valle; el año pasado participé en la categoría de Rey Vallenato Canción Inédita, mi hijo Humberto Mario está en clases de acordeón con Santander Orozco, y en estas vacaciones se va a perfeccionar su estilo a la escuela de El Turco Gil; mi primo Fabricio Bornacelli Peñaranda participa este año en la categoría de Rey Juvenil Vallenato, y hay que ir apoyarlo. Como quien dice, todos los caminos conducen al Valle.
Las tres veces que he asistido a un festival vallenato he sentido ese cariño y el calor humano de su gente, la emoción de los diferentes concursos, del paseo al río, de la fiesta en el Club Valledupar, de los artistas internacionales invitados, de su exquisita gastronomía y de sus amables mujeres hacen del Festival un evento único en su género. La verdad es que una temática muy diferente a nuestro carnaval que vale la pena conocer y experimentar. Definitivamente, Dios ha sido bueno con Barranquilla y con Valledupar, dos ciudades hermanas y amañadoras que para mí son y serán siempre los mejores vivideros del mundo.
Humberto Vargas Peñaranda
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