En la sabiduría de Dios, sus planes y proyectos no están basados ni en la apariencia ni en el concepto de otros. Jesé tenía 8 hijos. Dios envió a su casa a Samuel para ungir a uno de ellos Rey. Pasaron 7 de los hijos ante la presencia de Samuel, y Dios le decía que ninguno de ellos era.
Samuel preguntó a Jesé si tenía otro hijo, él dijo: falta el más pequeño y es David, el que cuida las ovejas. Dios le indicó a Samuel que él era el elegido. El Espíritu de Dios enseguida penetró en David. Los filisteos eran una nación que habitaba en la costa del Mediterráneo, su jefe se llamaba Goliat y estaba fuertemente armado y dijo: “Denme un hombre para que luche conmigo”.
David estaba decidido a acabarlo en el nombre de Dios. El arma con que David pretendía acabar con su adversario eran 5 piedras y una honda...
Goliat le dijo: ¿Acaso soy un perro para que vengas a atacarme con palos?
David contestó: tú vienes a mí con espada, lanza y jabalina, yo voy contra ti en el nombre de Dios Todopoderoso, el Dios del ejército de Israel y hoy mismo te cortaré la cabeza.
Con solo su honda y una piedra, David hirió de muerte a Goliat, y con su espada le cortó la cabeza; todos los filisteos huyeron... David fue proclamado Rey. Esta historia de David me recuerda el cuento de la Cenicienta, que con seguridad el autor debió leer el libro de Samuel. La Cenicienta bailaba con el príncipe, pero a las doce de la noche se acababa el encantamiento y volvería a ser simplemente una ayudante de cocina... Ella, en su carrera, dejó una zapatilla de cristal en las escaleras del palacio...
El príncipe, cómo única prueba que tenía de su compañera de baile, lanzó un decreto donde todas las mujeres casadas, viudas o solteras debían probarse dicho zapato y aquella a quien le quedase bueno sería su esposa. Cuando llegaron donde vivía Cenicienta, la madrastra y sus 2 hijas salieron corriendo a medírselo pero... nada; el delegado del Rey preguntó: ¿No hay más mujeres aquí? No... bueno sí hay una, pero siempre está en la cocina. Cenicienta se lo midió y le quedó bueno; la cara de sus hermanastras de amarilla pasó a verde. Sonaron las trompetas y Cenicienta de sirvienta pasó a Reina. Estas dos historias nos dejan una enseñanza: No debemos juzgar, ni menospreciar a las personas por su apariencia.
Nubia Ester Mendoza Martínez