Tres casos en los que el orgullo superó el señalamiento social
Un hombre trans, una lesbiana y un pansexual narran cómo pasaron del rechazo y autoseñalamientos a aceptar su identidad de género.
Lo disturbios de Stonewall el 28 de junio de 1969 aún hacen eco en las personas de la comunidad Lgbtiq+ que conmemoran este lunes el Día del Orgullo.
La redada que se dio en un bar para homosexuales en Nueva York produjo una ola de protestas que buscaban rechazar la persecución y reivindicar los derechos de las personas con orientación sexual e identidad de género diversa.
Hoy día la comunidad Lgbtiq+ se ha empoderado de esa causa y en todo el mundo sus manifestaciones culturales y pacíficas han servido para visibilizar su derecho de desarrollar libremente su personalidad y tendencia sexual sin ser discriminados. Desafortunadamente, como lo reportan las autoridades, son víctimas de ataques verbales y físicos que en algunos casos les quitan la vida.
En ese contexto, Barranquilla vivió dos días en los que la comunidad salió a marchar y reivindicar sus derechos constitucionales. Allí EL HERALDO encontró varias historias que narramos a continuación.

Mateo Largacha es un hombre trans de 20 años. Cuando tenía 15 le reveló a su familia su identidad de género y desde ese momento su vida cambió.
Los paradigmas sociales llevaron a que la relación con las personas que amaba se resquebrajara, al punto de que en varias oportunidades fue acusado de “llevar demonios” a su casa.
Ese rechazo lo hizo juntarse con personas que en vez de ayudarle a crecer lo empujaron al mundo de la drogadicción.
“Reconozco que al principio de toda esta transición muchas cosas fueron malas, pero ya estoy en ese proceso de sanación”.
Para él, el “qué dirán” influyó para que su familia en muchas ocasiones tomara decisiones que considera dolorosas, al punto de llegar a llamar a la Policía para que lo sacaran de la casa. Comenta que en cuatro oportunidades durmió en la calle.
Las cosas no marchaban bien y al sentirse acorralado pasó por su mente la idea de quitarse la vida. Razón por la cual sus padres decidieron ingresarlo en el Hospital Universitario Cari, especializado en salud mental.
“Después de todo esto mi familia se alejó de mí, fue duro, pero respeté su decisión”.
En 2019, después de varias crisis superadas, empezó a vender banderas y productos alusivos a la comunidad Lgbtiq+. Con lo recaudado logró pagar su grado de bachillerato.
A pesar de que las heridas en su hogar no están sanas del todo, reconoce que ya hay un proceso de apoyo y respeto. Su madre, quien es una pastora, ya ha empezado a brindarle respaldo y le dice que debe ser un buen ejemplo para la sociedad.
Largacha ha tomado esas frases de su madre y dentro de la comunidad Lgbtiq+ ha empezado a liderar procesos para apoyar a jóvenes en la búsqueda de reivindicación de sus derechos.
“Me gusta ser un apoyo para esos jóvenes. Ellos pueden darse cuenta de que sí se puede y que todo esto es un proceso. Soy consciente que el cambio no se da de la noche a la mañana y hay que tener paciencia”.
Hablando precisamente de ello, considera que la paciencia es una virtud y por ello no ha forzado a su familia a que acepten su condición. Solo les pide respeto, así como él dice respetar las creencias de los demás.
“Mi mamá está en todo ese proceso. A veces nosotros exigimos que nos respeten, pero no respetamos lo que sienten los demás”.
Para Largacha, muchas personas externas al círculo familiar se entrometen en las situaciones internas “solo por criticar”. “Yo un día le dije a mi mamá: la gente está pendiente de lo que uno hace y te van a decir: Mateo está haciendo tal cosa, pero no nos vienen a preguntar si tenemos comida o cómo la estamos pasando”.
El joven trans de 20 años utiliza el arte como forma de expresarse. Desde los cinco años toca varios instrumentos de percusión, piano y guitarra. En la actualidad va camino a ser tecnólogo en producción multimedia y se encuentra estudiando licenciatura en Educación Artística.
También lidera la Mesa Juvenil, una iniciativa que, según él, “nace desde unos jóvenes barranquilleros con ganas de salir adelante y luchan por los derechos de la población Lgbtiq+ en pro de las garantías de la educación y el trabajo”.

Carlos Augusto Jiménez, de 32 años, se reconoce a sí mismo como no binario y pansexual. Es decir, que no se enamora de una persona “por su género, sino por su ser”.
Desde los cinco años empezó a sentir que algo en él “era especial”.
“Todo el tiempo escuchando que habían cosas que no eran de Dios me ponían a pensar. En mi adolescencia oraba mucho porque quería que las cosas cambiaran, pero no encontré respuesta de Dios, eso para mí quería decir que no había nada malo”.
Con una mamá criada bajo cánones conservadores y un papá policía pensó que su mundo se derrumbaría a la hora de “salir del clóset”.
A los 18 años se sentó con sus padres y les confesó que era homosexual. “En ese momento salí del clóset como gay. Desde ese momento hasta ahora muchas cosas han cambiado. Hoy me denomino pansexual no binario”.
Reconoce que para muchos jóvenes el hecho de revelar su orientación sexual o identidad de género es difícil porque se van a encontrar con rechazo.
Recuerda que un “escudo de defensa” que utilizó para evitar señalamientos fue hacerle bullying a otros, pero con el paso del tiempo analizó su comportamiento y decidió brindarle apoyo a las personas Lgbtiq+.

Merlyn Robles, de 27 años, se reconoció como mujer lesbiana a los 17 años.
Esta mujer oriunda del municipio de Soledad se desempeña como docente y afirma que “por fortuna no ha sido víctima de ataques discriminatorios”.
Desde hace cuatro años hace parte de Caribe Afirmativo en la iniciativa de las Casas de Paz de ese municipio atlanticense. Afirma que desde ese momento comenzó a reafirmar su trabajo por la “reivindicación de los derechos de las mujeres”.
“Creo que cada persona tiene un reconocimiento diferente. Cuando uno se asimila como alguien de género diverso comienza una confrontación entre uno mismo. Es como una salida del clóset personal”.
Después de este proceso empieza a “revelarse con la familia y los círculos cercanos”. Para ella no es fácil esto y “uno no sale del clóset una sola vez, lo hace muchas veces”.
Robles admite que su proceso fue más difícil durante la adolescencia porque siempre estuvo el costo de aceptarse.
Reconoce que aún en la sociedad hay cosas por hacer, pero se ha logrado mejorar bastante en términos de visibilidad de la comunidad Lgbtiq+, aunque hace falta trabajar en torno al respeto.

En el Malecón Puerta de Oro, Caribe Afirmativo organizó una serie de actividades este domingo para conmemorar el Día del Orgullo Gay.
En el emblemático lugar de la ciudad se extendió una bandera arcoirís y una bandera del orgullo trans. El estandarte, de acuerdo con la entidad, tenía una longitud de 200 metros, la bandera Lgbtiq+ más grande de Latinoamérica.
De igual forma se presentaron varios grupos folclóricos como Mandragorart, Colectivo raras no tan raras, Carnaval Lgbti de Barranquilla y el Atlántico, y Nomi Orozco.
En el evento muchas familias y personas de la comunidad Lgbtiq+ manifestaron su apoyo por el respeto a la diversidad y su rechazo a la discriminación.