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Dos masacres con apenas 12 días de diferencia suman seis muertos y siete heridos, entre ellos una niña de apenas nueve años, en Soledad. También están los crímenes que de uno a uno se cometen casi a diario en distintos sectores del municipio. Alarmante situación, además de dolorosa por el reguero de víctimas, recrudecida desde el año anterior y en especial a partir de enero pasado, cuando murieron de forma violenta 28 personas, 11 más que en el mismo mes de 2022.
Resulta todavía más deplorable constatar que una crisis de tan extrema gravedad, reflejo del descontrol desatado por las demenciales acciones de la criminalidad, terminó por convertírsele en paisaje a todos los convocados a ponerle freno o a ejercer autoridad. No cabe duda de que se trata de una muestra más del desgobierno, dejadez institucional e indolencia que soporta, no de ahora, sino desde hace un largo tiempo, la querida tierra de la butifarra de Pacho, considerado el segundo territorio en importancia del departamento del Atlántico.
¿Hasta cuándo los habitantes de Soledad, que en su gran mayoría son personas buenas, íntegras y honestas que trabajan duro para sacar a sus familias adelante, deben vivir sometidos al miedo o la angustia de perder la vida o resultar lesionados en medio de una disputa de bandidos que se enfrentan sin dios ni ley en sus calles?
Si bien es cierto que, de acuerdo con los registros de la Policía, casi todos los fallecidos en las recientes masacres o en homicidios selectivos tenían anotaciones judiciales, también lo es que algunas víctimas no tenían vínculos con sus aparentes actividades delincuenciales. Como suele suceder en muchos de estos hechos criminales, justos pagan por pecadores cuando sicarios a sueldo arremeten contra establecimientos de ocio nocturno, zonas residenciales o en el espacio público, disparando indiscriminadamente.
Frente a los penosos episodios de violencia en el municipio, el silencio del alcalde de Soledad, Rodolfo Ucrós, es atronador. En ese y en muchos otros asuntos. También el de los concejales, dirigentes y demás representantes de las instituciones locales. ¿Callan por miedo o porque no tienen nada qué decir? Quienes se pronuncian suelen ser los de siempre: oficiales de policía que atienden el caso o el comandante de la Metropolitana que anuncia la puesta en marcha de estrategias propias de su quehacer para identificar, capturar y judicializar a los responsables.
Necesarias, pero estas acciones no mitigan ni resuelven el origen o las causas de las problemáticas más complejas que afronta Soledad. Por un lado, la extendida vulnerabilidad socioeconómica de buena parte de sus decenas de miles de residentes y, por otro, la progresiva pérdida del principio de autoridad que ha desvanecido casi por completo el imperio de la ley en un territorio que claramente no tiene dolientes. Al menos no, visto lo visto, entre quienes fueron elegidos para hacer valer los derechos de una comunidad sometida al vaivén de la delincuencia.
Soledad no es ajena a la crisis de seguridad que también acosa a Barranquilla, al resto del Atlántico y a la región Caribe. Pero, a diferencia de lo que ocurre en muchos de ellos donde sus gobernantes se esfuerzan por hacerle contrapeso a las insaciables disputas de las estructuras criminales por las rentas ilegales del narcotráfico o la extorsión, en el municipio la realidad demuestra a diario que la ciudadanía expuesta a semejante fuego cruzado debe resguardarse como mejor pueda.
Sin ningún tipo de prejuicio, como muchas veces se ha intentado hacer ver cuando desde esta tribuna de EL HERALDO cuestionamos la inacción de las autoridades, urge reconocer que el clima de inseguridad y de convivencia ciudadana de Soledad va a peor. También que no existe, a tenor de sus índices de criminalidad, una estrategia liderada por el alcalde, quien es, en últimas, el jefe de policía del municipio y responsable de la preservación y mantenimiento del orden público.
Como en otras ocasiones, la seguridad va camino a erigirse en uno de los principales reclamos de este año electoral en el que la gente de Soledad será la única capaz de elegir el rumbo que quiere seguir los próximos cuatro años para que su municipio no siga siendo un botín de la politiquería. Sensatez. Sin seguridad no hay libertad ni democracia.








