
El indiscutible éxito de la consulta anticorrupción celebrada el domingo –que, pese a no haber superado el umbral de aprobación, dejó un llamado contundente a la regeneración de la vida política– corre el riesgo de empañarse por la actitud de algunos de sus más destacados valedores.
Mientras unos intentan rentabilizar políticamente el resultado, otros se dedican a buscar culpables de que no se llegara al umbral de participación, sin importarles que en esas pesquisas puedan herir los sentimientos de una región.
Es el caso del senador Petro, que ayer, en un trino, sentenció: “El problema estuvo en la Costa Caribe. El feudalismo y la compra de votos la ha absorbido tanto que no reacciona cuando no hay dinero en las urnas”.
Es por lo menos sorpredente que Petro se dirija en esos términos a una región donde tiene un amplio respaldo electoral. Suponemos que a sus votantes los considera liberados de ese “feudalismo”.
Al igual que el candidato liberal Alfonso López se preguntaba desesperado “¿Qué pasa con la Costa?” al ver que perdía las elecciones de 1982, Petro achaca a la escasa movilización del Caribe la derrota suya en las presidenciales y la de la consulta anticorrupción. Con el mismo argumento, algunos culparon a los costeños de la victoria del ‘No’ en el plebiscito del acuerdo de paz, porque, aunque en toda la región ganó el ‘Sí’, la participación fue muy baja. Y tal vez habrían culpado a la Costa del fracaso del proceso de paz si no le hubiera asegurado a Santos la reelección.
Es curioso ver cómo la Costa forma parte esencial de muchas estrategias electorales y, al mismo tiempo es blanco de los más afrentosos estereotipos, sobre todo cuando no satisface las expectativas.
Es cierto que en el Caribe están extendidos el clientelismo y la compra de votos, unas prácticas que habría que erradicar para siempre. Pero lo que más hay en número, de lejos, es una masa mayoritaria de ciudadanos que se resiste sistemáticamente a votar, ya sea por apatía, por agotamiento o por indiferencia hacia las opciones políticas existentes, incluida la del senador Petro.
En esa masa abstencionista no solo hay personas que “no reaccionan cuando no hay dinero”. También hay decenas de miles de potenciales votos “de opinión”. (Asimismo los hay, por cierto, en partidos tradicionales, por más que algunos grupos políticos se consideren depositarios exclusivos del voto de conciencia).
¿Por qué Petro no se pregunta por qué ni su candidatura presidencial ni la consulta anticorrupción lograron movilizar con el suficiente poder de convicción a estas mayorías abstencionistas, en vez de despreciarlas colectivamente como un rebaño de seres indignos y sin voluntad? ¿Por qué la consulta no logró mantener siquiera el volumen de votos en la Costa que obtuvo Petro en las presidenciales? ¿Qué sucedió?
En vez de agraviar a los costeños –él lo es, de origen–, Petro haría bien en contener sus impulsos y pensar dos veces antes de soltar sus estridentes trinos.
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