El día que paralizó al mundo
La llegada del ser humano a la Luna fue una victoria aplastante de EEUU sobre la hoy extinta URSS. Además de marcar un giro decisivo a la Guerra Fría, abrió nuevos horizontes a la exploración del universo.
De todas las grandes frases que conforman el patrimonio colectivo de nuestra civilización, quizá la más emocionante, por la trascendencia del acontecimiento que la acompañaba, fue la que pronunció Neil Armstrong al convertirse en el primer ser humano en pisar la Luna.
“Es un pequeño paso para el hombre, un salto gigante para la humanidad”, dijo el astronauta estadounidense aquel inolvidable 20 de julio de 1969 que cambió para siempre la historia del mundo.
Algunos visionarios ya habían imaginado en obras de ficción la llegada a la Luna, pero sus osadas premoniciones fueron tomadas por el público como entretenidas y disparatadas ocurrencias. La Luna era un objeto inalcanzable que inspiraba desde sentidos poemas de amor hasta tenebrosas historias de licantropía, y al que se atribuían poderes mágicos sobre el estado emocional de todos los mortales.
Todo cambió aquel 20 de julio, cuando el poderío económico y científico de la primera potencia mundial puso su bandera en la superficie lunar ante los ojos atónitos de la humanidad. Con ese acto, Estados Unidos proclamó su victoria en la costosa carrera espacial que libraba con la hoy extinta Unión Soviética, que ocho años antes había tomado ventaja al enviar el primer ser humano al espacio exterior. También aquel acontecimiento dejó una frase icónica, cuando, según los medios soviéticos, Yuri Gagarin proclamó desde su nave Vostok: “No veo ningún Dios aquí arriba”.
El alunizaje de Armstrong –a quien poco después se sumó su compañero Aldrin– supuso un duro golpe para Moscú, que disputaba con Washington el poder mundial. Tres años más tarde, la URSS sufrió otra gran humillación de EEUU cuando Bobby Fischer arrebató a Boris Spassky el título de campeón mundial de ajedrez, que los soviéticos ostentaban desde hacía 24 años.
El río de la historia siguió su curso imparable, y en 1991 se desmoronó y desintegró la URSS. Rusia, su heredera, sigue siendo sin duda una nación poderosa, pero aquella pisada de Armstrong en la Luna destruyó el orgullo colectivo construido por años de propaganda soviética.
EEUU, en cambio, se ha consolidado como la gran potencia del planeta, y su victoria en la carrera espacial abrió la puerta a programas ambiciosos de exploración espacial que están arrojando importantes hallazgos en la investigación del universo.
Sin duda, y más allá de si Armstrong improvisó la célebre frase o si –como es de suponer– la llevaba debidamente aprendida, aquel 20 de julio de hace medio siglo se produjo un salto gigantesco para la humanidad.
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