Se abrió el debate acerca de la conveniencia o no de reunirse en Navidad y Año Nuevo. Cada quién decide cómo quiere arrancar el 2021, así que correr riesgos a la hora de cerrar un tiempo tan desconcertante y atípico por la pandemia de Covid-19 podría ser contraproducente. Lo más sensato apunta a cumplir las restricciones a la interacción social ordenadas por las autoridades nacionales y locales con una actitud ciudadana cívica y responsable.

En Europa, donde los gobernantes libran una carrera contrarreloj para evitar una tercera ola, se adoptan duras medidas y la blanca Navidad pinta bastante austera. Nadie está dispuesto a ceder en el propósito fundamental de salvar vidas, un asunto innegociable cuando se han perdido tantas y en un lapso tan breve. Lo sabe bien la siempre pragmática canciller alemana, Ángela Merkel, quien ordenó mantener restricciones de la actividad social en su país durante los primeros 20 días de diciembre, cuando solo podrán encontrarse, en celebraciones familiares o con amigos, máximo cinco personas de dos hogares distintos. Valiosa lección de una Europa que, aunque ultima estrategias de vacunación a partir de enero de 2021, resuelve no bajar la guardia.

Que a las autoridades de Barranquilla y municipios del Atlántico no se les haga tarde para insistirle a cada ciudadano que no podrá tener una Navidad igual a la de los otros años. Tampoco debería ser tan difícil de comprender, luego de vivir en carne propia durísimas experiencias como las cuarentenas, los confinamientos, el uso de tapaboca de manera permanente, el implacable distanciamiento físico, la pérdida de empleos, la enfermedad o incluso la muerte. Renunciar a las celebraciones masivas, fiestas y otros eventos sociales es una decisión de máxima responsabilidad individual y colectiva que puede conjurar un inicio de 2021 con una oleada de contagios y nuevas restricciones en sectores de la economía que apenas empiezan a mostrar una leve mejoría tras meses de cierre. ¿O es que ya no se olvidó cómo era vivir encerrados?

La Navidad es una temporada única que nos acerca a quienes más amamos, pero seguimos en medio de una emergencia sanitaria sin precedentes. La Covid-19 no conoce de fechas especiales y el mayor acto de amor, un aguinaldo para atesorar el resto de la vida, debe ser cuidarnos y cuidar a los otros evitando que las aglomeraciones, los excesos o el desenfreno en el consumo de licor generen una falsa sensación de seguridad, como si nada estuviera pasando. Confiarnos ahora podría llevarnos a una nueva crisis difícil de superar en el corto plazo porque las cifras de contagio están creciendo en la ciudad con el paso de los días debido a la ligereza con la que algunos afrontan el actual momento: descontrol absoluto en espacios públicos y privados, especialmente los fines de semana.

Que nadie se engañe con el resultado del estudio de seroprevalencia, según el cual el 55% de los habitantes de Barranquilla ya se contagiaron del virus y adquirieron anticuerpos. Se estabiliza el contagio, pero no se erradica debido a que aún hay decenas de miles de personas en la ciudad susceptibles de enfermar, terminar en una UCI y fallecer. No estamos aún del otro lado del túnel. Apenas el mundo empieza a ver una luz tenue, como indicó la Organización Mundial de la Salud (OMS) tras evaluar los prometedores desarrollos de las vacunas, pero del dicho al hecho, hay mucho trecho, y la Navidad se presenta como un inmenso reto a superar.

Con paso firme y decidido, pero sobre todo, responsable y prudente, se debe recorrer esta temporada siendo extremadamente cautelosos para disminuir riesgos. Depende de todos y de cada uno que el precio a pagar, tras la Navidad, no sea más muertes, contagios y restricciones. Gobiernos y ciudadanos deben tomar decisiones coherentes, pensando en el bienestar general, para contrarrestar la incertidumbre del impredecible virus.