¿Alguien duda de que el linchamiento de los enardecidos asistentes a una ruidosa y prolongada fiesta en un apartamento en el norte de Barranquilla atentó contra la integridad física y emocional de Dalila Peñaranda y Carmen Pérez? Hay que ser muy mezquino e infame para asegurar lo contrario o intentar minimizar, bajo falaces argumentos, la gravedad del hecho que revela el absoluto desprecio de estos sujetos que se creen muy machos al golpear a un par de mujeres. ¡Cobardes!

Reveladoras resultan las imágenes en las que se ven a estas dos señoras, absolutamente indefensas, siendo agredidas por una caterva de energúmenos, entre los que también hay mujeres sumándose al indiscriminado ataque. Sin piedad ni contemplación, e incluso pasando por encima del policía que intenta proteger a la profesional de la salud, estos individuos dan rienda suelta a una furia desmedida descargando golpes en su contra. No satisfechos con la magnitud de la vileza cometida, la enfilan contra Carmen, que en un acto de profunda lealtad trata de evitar la golpiza que recibía la pediatra.

Uno de estos tipos, el mismo que le da un puñetazo a la médica en el rostro, patea dos veces a la mujer de 57 años que yace en el piso del pasillo. Ni siquiera se detiene a mirarla, simplemente la patea con un infinito desdén. Soberbia e inhumanidad.

Como pueden, las mujeres se refugian en su vivienda hasta donde se desplazan los agresores y su manada de cómplices. Descontrolados, con una evidente intención de hacer daño, patean una y otra vez la puerta del apartamento buscando ingresar: ¿con qué propósito, completar su fechoría? Según Carmen, los victimarios accedieron a la casa, a la propiedad privada de la pediatra, pero antes de reemprender el ataque son retirados por el uniformado, solitario defensor de Dalila y su compañera de infortunio.

Como si nada hubiera ocurrido, los agresores se marchan de la escena del ultraje para seguir la parranda. Atrás quedan dos mujeres no solo golpeadas y adoloridas, sino también temerosas e indignadas por los desafueros cometidos en su contra, luego de realizar un legítimo reclamo: su derecho al descanso. ¡Cuánta altanería, arrogancia, intolerancia, irrespeto y violencia revela el episodio que desafortunadamente debieron afrontar Dalila Peñaranda y Carmen Pérez!

Que sepan que no están solas y que este no es un asunto menor, que no puede pasarse por alto ni mucho menos quedar en la impunidad. Sus vidas corrieron peligro por la persecución de una turba exaltada que le cobró a la médica haber expresado su malestar por una fiesta que nunca debió realizarse. Más de 25 personas que asistieron serán sancionadas con comparendos por incumplir las normas del aislamiento selectivo, y varias de ellas, Martín Parra, Fanny Franco, Jalim Rebaje y Assad Baraque, luego de ser denunciadas penalmente por las víctimas, tendrán que responder ante la justicia.

Hay que frenar las cadenas de despropósitos, que dinamitan la convivencia respetuosa entre los ciudadanos: todos los responsables que por acción u omisión violaron las normas básicas de convivencia y las disposiciones contempladas en los reglamentos de propiedad horizontal deben afrontar las consecuencias: ¿Cómo permitieron los administradores del conjunto realizar celebraciones cuando están prohibidas? ¿Por qué razón los vigilantes no dieron aviso a las autoridades competentes? ¿Por qué la Policía no impuso sanciones a los infractores?

El alcalde de Barranquilla, Jaime Pumarejo, quien solicitó la judicialización inmediata de los agresores, debe seguir al frente de este proceso recogiendo la indignación de una ciudadanía que demanda el compromiso de sus autoridades para que este tipo de sucesos no vuelvan a ocurrir. Es un punto de inflexión para empezar a construir un cambio de mentalidad: frente a la violencia, cero tolerancia.

Ya basta de tanta complacencia con aquellos incapaces de ponerse en los zapatos de los demás, esos que solo privilegian sus propios intereses sin reconocer derechos y deberes que todos tenemos como parte de una sociedad, en la que pequeñas élites están acostumbradas a arremeter contra los que no piensan, actúan o pertenecen a su círculo más cercano. Que nadie olvide que la libertad de cada persona termina donde empieza la de los otros, y que hay que trabajar de manera incansable por generar las condiciones de una cultura ciudadana basada en el respeto, la tolerancia, la paz y la educación.