Luego de 17 años llegó a la JEP uno de los casos más terribles del conflicto en el que estuvimos enfrascados por algo más de medio siglo: el atentado al Club El Nogal, en el cual murieron 38 personas y 198 resultaron heridas.
Luego de la presentación de un largo informe, leído a nombre de las víctimas por Bertha Fríes, su vocera, ocurrió un hecho espontáneo que conmovió a la concurrencia, y que fue destacado por diversos medios en el mundo: la señora Fríes abrazó a sus victimarios, algunos exmiembros de la Farc que ordenaron el crimen y otros tantos exmilitantes de las AUC, cuyo protagonismo en el hecho será materia de investigación.
Este gesto ha sido uno de los más significativos desde que se firmó el Acuerdo de Paz, y su profunda carga simbólica constituye una brisa de esperanza en que lo pactado en La Habana no se limitará a trámites, discursos y fotografías de ocasión.
Sin embargo, en el caso del horrendo episodio de El Nogal, el proceso comenzó por el final, lo cual no está mal siempre y cuando se surtan, gracias a los oficios del Tribunal Especial y a la voluntad de los victimarios, las fases restantes.
Aunque en términos prácticos el orden de los factores no debería alterar el resultado, el corazón de los acuerdos exige que alrededor de los hechos terribles de la guerra haya verdad, justicia, reparación y garantía de no repetición. Solo cumpliendo con todas esas condiciones será posible el perdón y la reconciliación que el abrazo sincero al cual nos referimos quiere representar.
Será tarea de los jueces cumplir con su obligación de investigar, juzgar y dictar las sentencias pertinentes, y de los responsables contar toda la verdad, que es la petición reiterada que las víctimas han presentado ante la JEP.
Teniendo en cuenta que el componente de justicia de los acuerdos, si bien no garantiza impunidad para los excombatientes que se determinen como culpables de los delitos que juzgue la JEP, sí contempla penas que para muchos son simbólicas, el apartado de la verdad se convierte en el pilar fundamental del posconflicto. Si las víctimas –y el país entero– no conoce la verdad total no será posible construir una memoria colectiva que nos garantice que nunca más se repetirán las atrocidades que nos condujeron a la barbarie.
Celebramos, pues, el gesto noble del cual fuimos testigos hace un par de días, el conmovedor abrazo entre las víctimas del atroz atentando de El Nogal y quienes ordenaron la masacre, y a la vez esperamos una investigación profunda de los hechos por parte del tribunal encargado, y la voluntad de los victimarios de contar toda la verdad sobre lo ocurrido.
Solo así, caso por caso, el país podrá corroborar que el enorme esfuerzo de la paz no fue en vano, y que no estamos condenados a ser un lugar en el que la violencia puede pasar desapercibida.