Los datos son positivos, sin lugar a dudas. Pero aún están muy lejos de ser suficientes. Nos referimos a la reducción del consumo de bolsas plásticas en Colombia en el mundo, uno de los mayores desafíos de los organismos internacionales en la lucha contra la contaminación global.

De acuerdo con un informe de la Autoridades Nacional de Licencias Ambientales (Anla) basado en los datos aportados por 44 grandes establecimientos comerciales en el país, el año pasado se entregaron 513 millones de bolsas plásticas en los supermercados, almacenes y droguerías monitoreados. Una cifra elevada, ciertamente, pero es menos de la mitad de la cantidad que se registraba de media en años anteriores.

En esta reducción han sido determinantes dos factores sustanciales: el establecimiento de un impuesto al consumo de bolsas, con lo que estas han dejado de ser gratuitas en numerosos puntos de venta, y la conciencia creciente en la sociedad sobre los efectos perversos que tienen estos productos en el medio ambiente.

Es de suma importancia que se mantengan las campañas y las políticas públicas para seguir reduciendo el consumo de bolsas plásticas hasta llevarlo a cero, objetivo que el Gobierno colombiano tiene cifrado en el año 2020. Una meta que se antoja difícil de cumplir, a la luz de la situación actual, pero en la que hay que seguir perseverando sin bajar la guardia, pues lo que está en juego es la calidad de vida de las próximas generaciones.

La gravedad del problema es de tal magnitud que la ONU ha instituido el 3 de julio como Día internacional libre de bolsas de plástica con el fin de generar conciencia sobre el fenómeno.

Los datos muestran el trabajo hercúleo que tenemos por delante: cada año se consumen en el mundo 500 mil millones de bolas plásticas, de las cuales solo el 5% son reciclables. El resto pasa a engrosar el equipaje de desechos tóxicos que amenaza nuestra ecosistema.

Diversos estudios coinciden en que las bolsas de plásticos (y otros artículos de este material) pueden requerir miles de años en descomponerse. Además, con el paso del tiempo se atomizan en fragmentos que, al ser consumidos por animales marinos, pueden entrar en la cadena alimenticia.

El escenario es, evidentemente, preocupante, pese a que, como ya dijimos, se han experimentado avances notables en las prácticas de consumo. Las instituciones tienen mucho por hacer. Pero los ciudadanos no podemos permanecer de brazos cruzados. Todos podemos aportar nuestro grano de arenas para extirpar esta seria amenaza.