La transformación urbanística de Barranquilla refleja unas señales de progreso innegables. Sin embargo, así como no se puede tapar el sol con un dedo, tampoco es posible desconocer que esos avances de ciudad contrastan con el vergonzoso paisaje de un cielo aún cubierto por telarañas de cables eléctricos y de telecomunicaciones, completamente enredados, colgando a baja altura, muchas veces inservibles, peligrosos y sin ningún tipo de controles.

Ese paisaje urbano que grita abandono e indolencia se ha convertido durante años –a decir verdad ya hemos perdido la cuenta— en una postal de desidia institucional, de desprecio por el espacio público y de omisión de los deberes de las empresas prestadoras de servicios.

Lo que más indigna a la ciudadanía, como EL HERALDO constata cada cierto tiempo cuando vuelve a poner el tema en la agenda pública, es que el desastre no termina de resolverse, pese a las decisiones administrativas, actos jurídicos o fallos judiciales que así lo demandan. Esta es otra versión del inacabable cuento del gallo capón que, lejos de ser algo anecdótico o gracioso, se ha convertido en un dolor de cabeza para habitantes de las cinco localidades.

Desesperados, muchos de ellos han elevado quejas, documentado los riesgos, interpuesto acciones populares —como la promovida en 2017 por el arquitecto Orlando Manjarrez— contra el desorden del cableado. Esta, por cierto, fue fallada el 30 de junio de 2023 por el Juzgado Tercero Administrativo del Atlántico que le ordenó al Distrito identificar a las empresas responsables, exigir el retiro del cableado en desuso y realizar inspecciones estructurales a postes e infraestructura en general. Dos años después, ¿cuál es el resultado?

Basta mirar sobre nuestras cabezas para comprobar como las telarañas de cables siguen colgando o los rollos acumulándose. Una situación inaceptable desde todo punto de vista. Porque, al margen de la estética urbana –que ya es bastante–, la mayor preocupación radica en los riesgos eléctricos de accidentes, incendios o cortocircuitos. Sobre todo en la época de las brisas o de las fuertes lluvias, como las actuales. Ni hablar del mensaje del desorden, caos e informalidad que esa imagen les devuelve a los turistas que cada vez nos visitan más.

Si Barranquilla quiere consolidarse como un destino turístico atractivo, una ciudad modelo de desarrollo urbano, debe solventar su deuda pendiente para que calles, avenidas o esquinas dejen de estar invadidas por peligrosos cables colgantes, postes saturados y redes abandonadas. Se necesita autoridad, decisión política y cumplimiento de la normatividad vigente. También se requiere un presupuesto de inversión real destinado a subterranizar el cableado, con metas definidas, en especial en las zonas de alto impacto urbano y turístico.

El hecho es que la ciudad no puede seguir sometida al abuso de unas empresas que instalan y abandonan cables por doquier, como si el espacio público fuera de su uso privado. El Distrito tiene las herramientas legales, el Acuerdo 025 de 2022 y el Decreto 0348 de 2022, para hacerles cumplir sus obligaciones. La pregunta es: ¿por qué no lo hace? O si, en realidad sí actúa, se nota poco. Porque en la práctica, la ciudad luce igual, incluso peor en determinados sectores donde los cables se siguen cayendo, botando chispas, y, en definitiva, representando un serio peligro para peatones, vehículos, viviendas y comercios.

Dice el Distrito que ha retirado 10 toneladas de cables, intervenido 15 sectores y aumentado la cobertura de cableado organizado. Sin embargo, es un paso pequeño ante la magnitud de un problema que afecta a toda la ciudad, porque este caos no distingue estratos ni zonas.

No aceptemos más excusas ni nos resignemos. El cableado en desuso y su instalación desordenada es un riesgo real para la seguridad, una ofensa para el espacio público –que es de todos- y un obstáculo para la aspiración de que seamos una urbe moderna y segura. Las soluciones existen, se definieron desde hace tiempo: orden, regulación, vigilancia, sanciones y voluntad política. Lo que parece no existir es un genuino interés por solucionar.

Barranquilla merece respeto y este comienza por ordenar —y cuanto antes— el caos que hoy pende, literalmente, sobre nuestras cabezas.