Son horas cruciales. El inicio de las negociaciones entre Israel y Hamás en Sharm el Sheij sobre el plan de 20 puntos del presidente Trump, para detener –lo antes posible- el horror en Gaza, ofrece un atisbo de esperanza para la humanidad. El nuevo ciclo de conversaciones impulsado por un respaldo sin precedentes de la comunidad internacional coincide con los dos años del ataque de la organización terrorista que mató a más de 1.200 civiles israelíes y secuestró a 251. Un hecho repudiable que desencadenó una desproporcionada operación militar de represalia de su Ejército que ha derivado en un genocidio, reconocido por la ONU.
Cuando Gaza, convertida en un laboratorio de la barbarie, está a punto de ser borrada del mapa, ya no es posible seguir mirando a otro lado. El implacable castigo colectivo, ordenado por el primer ministro Netanyahu, un crimen ejecutado con demoledora impunidad que la historia recordará con vergüenza, roza los 70 mil muertos –20 mil son menores de edad–, dos millones de desplazados y la destrucción del 80 % de su infraestructura civil: hospitales, escuelas, viviendas… ¡Es un territorio en ruinas!
Gaza no puede continuar siendo un campo de exterminio, en el que sus habitantes tratan de sobrevivir como pueden, en medio de los bombardeos, la hambruna y el olvido, mientras Netayanhu hace gala de un rampante cinismo que desconoce el derecho internacional. Por más aliado que sea, Trump no tiene cómo seguir avalando semejante matanza. Cada vez más países, algunos cómplices de la barbarie por su inaceptable silencio, reconocieron ya al Estado palestino. Sin embargo, ¿cómo hablar de un Estado palestino si a sus ciudadanos los aniquilan a diario? En consecuencia, es imperativo terminar, y de una vez, con esta infamia.
Ahora bien, las actuales negociaciones, con la mediación de Estados Unidos, Catar y Egipto, constituyen una oportunidad frágil, cargada de tensiones, intereses ocultos –Trump no da puntada sin dedal– y exigencias imposibles, pero al menos son un primer paso. Inicialmente para acabar con la guerra y, segundo, para reconstruir la Franja. Urge solventar la extrema situación humanitaria de los gazatíes y ponerle fin al sufrimiento de los rehenes de Hamás.
No obstante, el plan –aceptado preliminarmente por las partes– tiene demasiados cabos sueltos que podrían prolongar su discusión en torno al fin del operativo militar en la Franja y la planificación de su gobernanza durante el período posterior al conflicto. Son múltiples las líneas rojas que Israel y Hamás pueden trazar para dificultar los avances con la celeridad requerida. De modo que resulta fundamental que la presión de gobiernos y ciudadanos se sostenga invariable para que la crisis de Gaza permanezca en el centro del debate global.
Bajo ninguna circunstancia se puede permitir que la negociación fracase, ahora que unos y otros accedieron a discutir condiciones impensables hasta hace meses. Israel, arrinconado por sus crímenes de guerra, y Hamás, debilitado y aislado de sus otrora auxiliadores como Irán, tienen una posibilidad real de parar esta catástrofe moral, política y humana. Tendrían que entenderlo así. Es un momento crucial para frenar la matanza, detener los ataques, permitir el ingreso de la ayuda y facilitar el regreso de los rehenes. Lo demás, luego se verá.
También resulta una ocasión para entender, a propósito de la detención de la ‘flotilla de la libertad’, que una cosa son los activistas y otra los políticos o quienes nos gobiernan. Los primeros presionan a los segundos en defensa de su causa y estos últimos deberían ejercer la diplomacia. Actuar, sin distingo, como hace el presidente Petro, es incompatible, porque se incurre en oportunismo político o electorero, lo cual desvirtúa un clamor que es legítimo.
En ese contexto, tampoco tiene sentido lanzar violentos ataques contra la ANDI para pedir el fin del horror en Gaza. Se puede alzar la voz, pero ese llamado no debe generar más odio entre nosotros. Ese es un desvío inaceptable. No se acompaña a las víctimas palestinas con más violencia. Convertir a empresarios y comerciantes en enemigos solo repite los mismos ciclos que queremos romper. L a verdadera solidaridad es firme y justa. Defender la vida debe ser un acto razonable y no un motivo para enfrentarnos más, sobre todo porque en Colombia nos sobran motivos para protestar contra los violentos y muy rara vez lo hacemos.