Millones de colombianos retoman hoy sus actividades cotidianas, tras el largo descanso de Semana Santa que resultó ser el más costoso de los últimos años. Viajaron, rompieron con la rutina y pasaron bueno, siendo conscientes de que tras los gozosos, inevitablemente, tendrán que lidiar con los dolorosos. Aun así, los destinos turísticos de todo el territorio nacional, excepto San Andrés, como consecuencia de la crisis aérea por el cese de operaciones de Viva Air y Ultra Air, estuvieron a reventar. Lo cierto es que muchos hogares con desplazamientos programados, en algunos casos desde hace meses, desbordaron su presupuesto familiar de gastos debido a tiquetes aéreos, hoteles y pasajes de buses carísimos, un galón de gasolina intratable por sus sucesivos aumentos y, sobre todo, comida en restaurantes que sigue sin encontrar techo.

De hecho, el segmento de alimentos y las bebidas no alcohólicas, dice el Dane, fue lo que más presionó la inflación al alza en marzo, cuando su histórico anual se sitúo en 13,34 %, la más alta desde 1999 y otra vez por encima de las previsiones de los analistas. Entre los productos que más se encarecieron en el último mes aparecen el ñame, la cebolla, el plátano, el arroz, las hortalizas y las frutas frescas, como mango, limón, mora y bananos. Suben, no tanto como meses atrás, pero eso apenas se nota ya que impactan de forma importante en el total de la canasta familiar. Situación invariable que ha obligado a hogares de todos los estratos socioeconómicos a hacer malabares para que la plata les alcance o a modificar sus hábitos de consumo en una clara estrategia de supervivencia con la que buscan preservar algo de su menguado poder adquisitivo.

Que se registre un cambio de dinámicas en los ciclos de producción, como estima la Sociedad de Agricultores de Colombia (SAC), es una buena noticia porque se ha empezado a desacelerar la escalada alcista de algunos alimentos. Pero no hay porque cantar victoria en razón a que la preocupación continúa igual con otros por condiciones climáticas adversas, por ejemplo. Lo que, en últimas, confirma que existe un problema complejo en la formación de los precios que debería ser resuelto o, al menos, debatido para no seguir gravitando en lo mismo. Sobre todo, porque los precios de buena parte de los productos de la canasta familiar también dependen de factores que no siempre es posible controlar ni anticipar en el corto o mediano plazo. Como los insumos para el sector agrícola, las tarifas de energía, el gas, el agua o los artículos de limpieza para el hogar y la higiene corporal. La lista, a decir verdad, resulta bastante extensa.

Los economistas miran por el retrovisor, sacan sus cuentas e insisten en que la inflación cederá en los próximos meses. Lo han señalado desde hace rato, pero ahora precisan que los aumentos serán cada vez más reducidos e incluso pronostican “un proceso de moderación” de cara al cierre del año. Bueno, aún falta mucho para eso y probablemente la situación sea, ya en ese punto, casi que agónica para hogares de todos los ingresos golpeados de distintas maneras por el choque de la carestía. Inevitable considerar el caso de la gasolina que tras siete meses de alzas consecutivas ha comenzado a impactar el costo de vida de variadas maneras. Aunque sea un sacrificio impostergable para cerrar el abismo fiscal del Fondo de Estabilización del Precio de los Combustibles no deja de ser difícil de encajar. Entre medias, esos mismos expertos no descartan nuevas subidas de las tasas por el Banco de la República para refrenar todavía más el consumo.

En síntesis, estamos en un escenario convulso con dificultades crecientes, a pesar de que los balnearios luzcan repletos. ¿Qué tan viable es el acuerdo que el presidente Petro propone a empresarios para aplicar fórmulas que bajen los costos de los alimentos? Sin caer en un control de precios, en el que el remedio podría sería peor que la enfermedad por la escasez y distorsión que se generaría en el mercado, discutir las causas que disparan su importe final se hace indispensable. No solo porque la gente demanda medidas inmediatas ante una canasta familiar impagable que inflama agitación social, también porque se enviaría una señal valiosa sobre la construcción de consensos entre actores públicos y privados en favor de quienes más los necesitan.