Casi dos años después de que se convirtiera en un elemento de imperiosa necesidad, además de generalizada exigencia obligatoria, para contener la propagación de la impredecible covid-19, el tapaboca empezará a ser cosa del pasado, al menos en los espacios abiertos. La determinación del Comité Asesor del Ministerio de Salud, anunciada por el presidente Iván Duque, se sustenta en el progreso alcanzado en la vacunación que permite ‘liberar’ de su uso a 451 territorios del país, entre grandes capitales, ciudades intermedias y pequeños municipios, que han logrado una cobertura superior al 70 % de esquemas completos en su población mayor de tres años.

Indudablemente, la decisión de levantar la obligatoriedad del tapaboca llega en buen momento. La descomunal fatiga pandémica desencadenada por esta prolongada crisis sanitaria le había restado relevancia a una medida, eficaz en los puntos más álgidos del contagio, pero que ahora causaba hastío e incluso desesperación. Conviene, sin embargo, que los ciudadanos entendamos que, pese a no llevarlo, la pandemia ni está controlada, ni tampoco ha desaparecido por completo. Para no olvidarlo, tendremos que seguirlo usando en el transporte público y en espacios cerrados o poco ventilados, cuando no se pueda mantener la distancia de seguridad con los demás.

El mensaje que acompaña la resolución adoptada hace dos semanas por los consultores científicos del Gobierno, luego de confirmarse la tendencia de reducción de casos por ómicron, es bastante claro. Por un lado, reconoce el esfuerzo de autoridades territoriales, personal sanitario, y sobre todo ciudadanos de todas las edades, que se la han jugado a fondo para obtener importantes coberturas de vacunación que aseguren niveles de protección considerables frente a posibles rebrotes del virus, a través de sus futuras variantes. El camino recorrido hasta ahora nos indica que ningún escenario, en relación con la covid, se puede desechar.

Por otro, el levantamiento del uso obligatorio del tapaboca, cuya vigencia es inmediata, constituye un estímulo adecuado para acelerar la inmunización en los lugares más rezagados del país. Si los habitantes aún no vacunados de Valledupar, Montería o Santa Marta, entre otras ciudades que aparecen hoy por debajo de la meta del Ministerio de Salud, no acceden a los biológicos –por las razones que sean– será difícil que se alcance lo antes posible una cobertura del 70 % en esquemas completos, a nivel nacional. En la actualidad, ese registro se sitúa en el 65 %, mientras que el 81 % de la población priorizada ha recibido una dosis. Son datos positivos, pero aún insuficientes un año después del inicio de este ambicioso proceso que debe seguir adelante.

Barranquilla, con cerca del 90 % de esquemas completos, así como siete municipios del Atlántico: Suan, Piojó, Santa Lucía, Campo de la Cruz, Polonuevo y Baranoa, con coberturas que oscilan entre el 70 % y el 81 %, son parte de los territorios que, aliviados, dicen adiós al uso del tapaboca en sus parques, plazas o vías. Ahora que doblegamos la cuarta ola en el departamento, parecería que el implacable virus –bajo las actuales circunstancias– ofrece señales de agotamiento que nos permiten considerar el retorno a una vida cercana a la normalidad. Por lo menos sin la famosa mascarilla, la imagen más representativa de la pandemia que marcó un horizonte, en su momento bastante sombrío, que ya comienza a lucir despejado.

Quienes hoy celebran, y por supuesto que existen motivos para hacerlo, también deben tener presente, como anticipó el ministro de Salud, Fernando Ruiz, que el retorno del tapaboca no es descartable. Todo dependerá de la “progresión epidemiológica” de la pandemia y si hará falta romper cadenas de contagio o reducir circulación del virus. ¿Qué nos queda entonces? Ser precavidos, desde luego, y acudir a los puestos de vacunación para recibir la primera dosis, completar esquema o acceder al refuerzo. No hemos terminado con la pandemia, intentemos en lo posible que ella no lo haga con los que aún no se han vacunado. Entre tanto, que retornen las sonrisas a las calles, que nos han hecho demasiada falta.