En pleno mes de diciembre, se nos ha marchado el maestro Adolfo Echeverría, una de las máximas figuras de la música barranquillera de todos los tiempos.

Que su partida se haya producido en este mes es un guiño del destino a un hombre irrepetible que, con su enorme talento para la composición, convirtió la temporada de fin de año en uno de los himnos sentimentales de nuestra ciudad con su canción ‘Las cuatro fiestas’.

Qué barranquillero que se precie de tal puede evitar un estremecimiento de arraigo a la tierra o un arrebato de nostalgia cuando empiezan a sonar la tambora, la güira y el clarinete abriendo el paso a la voz de Nury Borrás: “Por la rivera se ven arbustos y cocoteros...”.

Solo por esta hermosa canción, que se transmite de generación en generación como si fuera un objeto sagrado, el maestro Echeverría merecería ocupar un sitial de honor en la historia de Barranquilla. Pero sus 86 años de vida, casi 60 de ellos consagrados a su vocación musical, dieron para mucho más.

Nacido en el tradicional barrio de San Roque, Adolfo Echeverría deja un generoso legado de unas 1.500 canciones escritas y compuestas por él, entre las que se cuentan joyas como ‘Amaneciendo’, ‘La subienda’, ‘Los gansos en la laguna’ o ‘Gloria Peña’. Cada pieza que pasaba por su proceso creativo lograba ese efecto mágico de conectar con el alma colectiva de su pueblo y, también, de otros pueblos, ya que su arte trascendió las fronteras nacionales y encandiló a grandes figuras de la música.

Además de estar dotado de ese ‘duende’ del que hablaba el poeta García Lorca, también se le recordará como una persona con un olfato único para descubrir nuevos talentos. Músicos como ‘Checo’ Acosta, Juan Carlos Coronel o Charlie Gómez se forjaron trabajando con el maestro, a quien recuerdan como un hombre de férrea disciplina cuando se trataba de cumplir compromisos musicales.

A diferencia de tantas celebridades de nuestro país que terminan sus días en medio de dramáticas estrecheces económicas, consuela saber que Adolfo Echeverría pudo llevar una vida digna, pese a las enfermedades que lo aquejaron en los últimos tiempos, gracias a las regalías que le proporcionaba la reproducción de sus canciones.

Hoy le decimos adiós a este luchador, que a los 28 años de edad decidió, para fortuna de todos, dar un vuelco a su vida y dejó su trabajo de vendedor de ropa para dedicarse por completo a la música. Se ha ido el maestro Echeverría, pero –y en este caso es insustituible el lugar común– siempre estará con nosotros. Sobre todo, cuando empiezan a soplar las brisas de diciembre.