
El valor simbólico de La Cien
La Cien, el mítico rumbeadero de salsa en Rebolo que forma parte de la memoria colectiva de la ciudad, corre el riesgo de cerrar. ¿Será posible evitar que desaparezca el establecimiento o, al menos, el tesoro musical que alberga?
Las ciudades son organismos vivos, en los que cada esquina, cada calle, cada casa o cada parque desempeñan una función particular y contribuyen a conformar la memoria colectiva.
Sucede, en ocasiones, que alguno de esos elementos constitutivos de la urbe adquiere, por cualquier razón, una proyección especial e ingresa en la categoría de símbolo urbano.
Uno de ellos es La Cien, el célebre rumbeadero situado en el límite de los barrios Rebolo y Montes que, en los años 70 y 80, era el centro de peregrinación por excelencia para los amantes de la mejor salsa. Quienes vivieron esa época con intensidad seguramente recuerdan con afecto al fundador del establecimiento, Rafael Figueroa, más conocido como Ralphy Cien, quien, siempre con una sonrisa en el rostro, se repartía entre la cabina donde ponía los long plays de vinilo y las mesas de los clientes, con quienes departía festivamente.
Una de las singularidades de La Cien es que no atraía solo a los vecinos del sector. Poco después de su fundación comenzaron a acudir al establecimiento personas de diversas clases sociales, entre los que destacaban grupos de jóvenes que daban sus primeros pasos como narradores, cineastas o artistas, a los que Ralphy llamaba casi que compasivamente “los intelectuales”, la circunstancia de que muchos de ellos eran periodistas contribuyó, sin duda, a la difusión pública del “Templo de la Salsa”.
Rafael Figueroa falleció en 2010 y su lamentable partida precipitó el proceso de declive que venía experimentando La Cien desde unos años antes. Su familia ubica el inicio del ocaso en 2005-2006, cuando Rebolo comenzó a ser considerado uno de los puntos críticos de la ciudad en materia de inseguridad. Los clientes dejaron de ir al lugar, que hoy sobrevive en medio de inmensas dificultades económicas, y corre el riesgo de ser arrastrado al cierre definitivo.
Por supuesto que vivimos en una economía de mercado, en la que cada día se crean y destruyen empresas de todo tipo. Ignoramos si los problemas que atraviesa La Cien obedecen en exclusiva a razones de inseguridad o si, en paralelo, la gestión del negocio ha perdido eficacia tras la muerte del fundador. En términos estrictamente mercantiles, La Cien debería luchar, como tantos millones de empresas, por sobrevivir en la jungla de la oferta y la demanda y, si se da el caso, desaparecer, también como tantos millones de negocios.
Pero no todo es mercado, y La Cien posee para muchísimos barranquilleros un valor sentimental y patrimonial (sobre todo por su maravillosa colección de discos) que la hace única. Preservar el local o, por lo menos, su legado musical, contribuiría sin duda a mantener la memoria en una ciudad que históricamente ha renegado de ella.
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