El reciente Premio Nobel de Economía 2025, otorgado a Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt, volvió a poner sobre la mesa una verdad esencial: la innovación es el motor del crecimiento económico sostenido. Su trabajo demuestra que el progreso solo se consolida en sociedades que comprenden cómo funcionan las tecnologías y se mantienen abiertas al cambio.
Pero ¿dónde se ubica Colombia en este panorama? Mientras los países de la OCDE destinan en promedio el 2,7 % del PIB a Investigación y Desarrollo (I+D), en Colombia la cifra es aún más modesta. Pasó del 0,13 % del PIB en 2000 a 0,31 % en 2023.
Si ampliamos la mirada hacia las actividades de ciencia, tecnología e innovación (ACTI), la inversión total asciende al 1,03 % del PIB. De este monto, el 37 % se orienta a I+D, el 36 % a innovación y el resto a capacitación, servicios tecnológicos y otras actividades de apoyo.
Las cifras dejan claro que si bien Colombia ha fortalecido su ecosistema de innovación el esfuerzo sigue siendo limitado frente a los países líderes en la materia.
Avances, pero con brechas
Del total invertido en ACTI en el país, la región Caribe pasó de aportar en promedio el 4 % entre 2000 y 2013, al 9 % en la última década. Es un avance significativo, pero todavía una fracción pequeña del total nacional, lo que revela la necesidad de fortalecer su base científica y tecnológica.
Además, el esfuerzo regional está concentrado: Atlántico, Bolívar y Magdalena reúnen cerca del 82 % de los recursos, mientras Cesar, Córdoba, La Guajira y Sucre apenas alcanzan entre 2 % y 8 %, mostrando una capacidad desigual para invertir y generar innovación.
Infraestructura y talento
La inversión en innovación no puede prosperar sin condiciones adecuadas. En buena parte del Caribe, la infraestructura tecnológica y las capacidades digitales siguen siendo limitadas.
Según el Mintic, el Índice de Brecha Digital —que mide de 0 a 1 las carencias tecnológicas, siendo 1 el valor más crítico— alcanzó 0,45 en 2023 en la región. Las limitaciones no provienen solo del acceso material a equipos y conectividad, sino también de las habilidades digitales de la población.
Esto significa que el Caribe no solo necesita más infraestructura, sino también más formación de capital humano, capaz de usar la tecnología para crear, innovar y competir.
1. Fortalecer la inversión en conocimiento.
Aumentar los recursos destinados a I+D e innovación debe ser una meta nacional y regional. En el Caribe, esto significa invertir en proyectos con impacto territorial, alineados con las vocaciones productivas de cada departamento.
También es prioritario fortalecer los centros de investigación, promover alianzas entre academia y empresa, y ampliar el acceso a fondos nacionales e internacionales que garanticen la continuidad de los esfuerzos científicos y tecnológicos.
2. Formar y conectar talento
La brecha digital no se cierra solo con infraestructura, sino con educación y habilidades. Se requieren programas que impulsen competencias tecnológicas y científicas desde la escuela, fomenten la formación técnica y universitaria en áreas STEM, y promuevan el aprendizaje continuo en empresas y entidades públicas.
Además, conectar el talento con el sector productivo —a través de prácticas, pasantías y redes de innovación— es esencial para convertir el conocimiento en resultados concretos.
3. Crear ecosistemas de innovación regional.
La innovación florece en la colaboración. Por ello es fundamental construir espacios de encuentro entre empresas, universidades, gobiernos locales y emprendedores.
Los clústeres sectoriales son un punto de partida, pero su éxito dependerá de contar con instituciones articuladoras, incentivos claros y métricas que permitan medir resultados.
Promover centros o polos de innovación regionales permitiría coordinar esfuerzos entre departamentos, aprovechar infraestructuras compartidas y difundir buenas prácticas en toda la región Caribe.





















