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'Nabo estaba de bruces sobre la hierba muerta. Sentía el olor a establo orinado estregándose en el cuerpo. Sentía en la piel gris y brillante el rescoldo tibio de los últimos caballos pero no sentía la piel. Nabo no sentía nada. Era como si se hubiera quedado dormido con el último golpe de la herradura en la frente, y ahora no tuviera más que ese solo sentido'. Fragmento inicial, Gabriel García Márquez 

En el cuento 'Nabo, el negro que hizo esperar a los ángeles' hay dos personajes negros: Nabo, el muchacho que cuidaba los caballos, y el hombre que tocaba el saxofón en la plaza del pueblo. Por lo demás, en el relato, la palabra negro aparece usada veinte veces (cinco aplicadas a Nabo y quince al saxofonista). El cuento, escrito en 1951 por Gabriel García Márquez e incluido en el volumen Ojos de perro azul, muestra un estado de servidumbre de Nabo, a pesar de que la historia no se ubica en épocas de la colonia sino en tiempos ya modernos que se determinan por la inclusión de la compra que hacen los patrones de una ortofónica a la que el sirviente debe darle cuerda para distraer con la música a una niña retardada.

La estructura del nivel inferior (abajo, en la tierra, servicio a los patrones) se reproduce en el nivel superior (arriba, en el cielo, servicio a los ángeles). Al pretender ser llevado al cielo, Nabo debe servir en el coro pues los ángeles así lo han determinado, dada la melodiosa voz que tiene, visible en las canciones que entona mientras cepilla los caballos de la hacienda.

Un escritor nunca es totalmente consciente de las ideologías y estructuras mentales que lo guían al producir un texto literario, mucho menos en un escritor joven (24 años) como el García Márquez de 1951. En la medida en que el creador madura, hay una mayor conciencia de las obsesiones temáticas e ideológicas que lo guían; incluso puede llegar a modificar sus intuiciones o convicciones iniciales, como seguro lo hizo García Márquez. De manera que al analizar las estructuras ideológicas que organizan el cuento 'Nabo', encontramos que, por un lado, la historia del joven sirviente juega con la creencia de que hay un más allá, en este caso, un cielo adonde, al morir, van los seres buenos y sufridos. Pero este planteamiento no tiene en el cuento el carácter de enseñanza moral o de proselitismo o propaganda de una vida hiperterrena sino que simplemente le sirve a García Márquez para construir una ficción con el humor malévolo de mostrar a unos ángeles que deciden la muerte de un muchacho negro, en la tierra, de doce o catorce años, para que vaya al cielo, por su estupenda voz, a hacer parte del coro celestial. Si bien su ascenso al cielo podría verse como una retribución a la conducta y el carácter ingenuamente bondadosos de Nabo, llegará en calidad de trabajador del coro, es decir, sirviente de los ángeles manipuladores.

En un comienzo, Nabo, buscando trabajo, hace presencia en una casa o hacienda donde tienen caballos. Al preguntársele qué sabe hacer, responde que sabe cantar. «Pero eso no le interesaba a nadie. Lo que se necesitaba era un muchacho que cepillara los caballos. Nabo se quedó, pero siguió cantando, como si lo hubiéramos aceptado para que cantara, y eso de cepillar los caballos no fuera sino una distracción que hacía más liviano el trabajo». De manera que Nabo canta mientras cepilla la piel de los caballos; da cuerda a la ortofónica y le canta a la niña las mismas canciones equinas. La niña, quizás hija de los patrones —no se aclara en el relato—, sufre de retardo mental o autismo —otra porosidad del cuento—. A sus quince años, cuando Nabo llega a buscar trabajo, la niña no habla, en lugar de caminar se arrastra, no reconoce a nadie y se babea mientras permanece sentada en una silla, con los ojos fijos en la pared. No obstante, en su contacto con Nabo, aprende a dar cuerda a la ortofónica, pronuncia el nombre del negro y es capaz de reconocerlo, quince años después.

La idea de que Nabo se sienta contratado para cantar y que cepillar los caballos sea para él una entretención, resulta, en cierto modo, una forma de resistencia personal. Con los ángeles, Nabo también va a presentar una oposición, en este caso, resistiéndose a morir cuando los ángeles lo disponen para llevarlo al cielo. Nabo no está interesado en el Paraíso. Cuando el hombre enviado por los ángeles —quizás también un ángel— le insiste en que ya es hora de irse al coro celestial, Nabo no parece escucharlo, obsesionado por su arraigo a la tierra, los olores, la hierba húmeda, la piel de los caballos, el vaho de la caballeriza, el peine para cepillar la cola de los equinos. El mismo nombre del personaje —Nabo—, con su acepción de tubérculo, es símbolo de arraigo a la tierra, de humanidad sembrada a la vida, de ser terrestre, de habitante que no quiere abandonar el suelo. Nabo también significa, en forma figurada, tronco de la cola de las caballerías.

Antes del accidente, una de las pocas entretenciones del muchacho era irse descalzo, con un pantalón oscuro, sombrero verde y camisa blanca, a la plaza del pueblo, los sábados en la noche, para ver al negro del saxofón, no para escuchar la banda. Un día, el negro no aparece frente a su atril y Nabo asiste aún durante algunos sábados más en espera del músico. Finalmente, el atril es ocupado por otro ejecutante. Ahora, el emisario que ha venido a llevarse al muchacho al nivel superior podría ser el mismo saxofonista, en quien, parece ser, los ángeles también han visto cualidades de buen músico y se lo han llevado al cielo, de allí su ausencia en la banda de la plaza. Es decir, el caso de Nabo duplica lo sucedido al músico, sobre todo cuando el hombre, en conversación con el muchacho, dice que ir a la plaza a tocar «era lo único que valía la pena», indicio de que su vida no ha sido muy grata. También podría ser él mismo un ángel. De allí que ahora, dada la admiración que sentía Nabo por él, sea el enviado para que lo despierte de la inconsciencia en que lo ha dejado la patada del caballo en la frente. Dice el hombre: «Te estamos esperando, Nabo. Tienes como dos años de estar durmiendo y no has querido levantarte». El método que los ángeles manipuladores han ideado para llevarse a Nabo es que vaya al mercado, donde le inducen el irresistible deseo de comprar un peine para cepillar los caballos:

'«Era la primera vez que le peinaba la cola a los caballos», dijo. Y el hombre: «Nosotros lo quisimos así, para que vinieras a cantar al coro». Y Nabo dijo: «No he debido comprar el peine». Y el hombre dijo: «De todos modos lo habrías encontrado. Nosotros habíamos resuelto que encontraras el peine y les peinaras la cola a los caballos». Y Nabo dijo: «Nunca me había parado detrás». Y el hombre, todavía tranquilo, todavía sin parecer impaciente: «Pero te paraste y el caballo te pateó. Era la única manera de que vinieras al coro»'.

Como ya planteamos, la estructura amo/siervo de la tierra se duplica en el cielo, con el agravante de la manipulación. La resistencia de Nabo se concreta en negarse a abandonar la tierra, dejando en espera durante varios años a los ángeles, quienes al final imponen su voluntad de llevárselo para que sirva en el coro celestial. Para eso está el hombre allí, para llevárselo. Nabo tiene ahora treinta años, al igual que la niña.

Sobre el autor

Magíster en Literatura Hispanoamericana del Instituto Caro y Cuervo. Profesor de la Maestría en Literatura Hispanoamericana y del Caribe, Universidad del Atlántico. Crítico y narrador. Autor de varios libros de relatos.