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Sergio Batista, el técnico de la selección Argentina, expresó públicamente que su equipo jugaría como el Barcelona. Para eso dispuso a sus jugadores como lo hace el gran equipo catalán: 3 mediocampistas en triángulo (Mascherano, Banega y Cambiasso), 2 delanteros en los costados (Lavessi y Tévez) y Messi libre, casi en la posición de un centro delantero.

Pero como el estilo futbolístico no se agota ahí, en la ubicación de los jugadores, sino en cómo funciona, de acuerdo a las características técnicas y físicas de estos, y sobre todo a la convicción que ese jugador tenga con respecto a esa idea; ante Bolivia, en su debut, el anfitrión de la Copa se pareció más a la confusa selección que dirigió Maradona, y para nada al excepcional club de Guardiola.

En primer lugar porque no tuvieron espíritu afiliativo, que esa es la fuente inspiradora del campeón de Europa; todos jugando para todos y las soluciones las hallan entre todos.

En segundo lugar, no entendieron, como si lo entiende el Barça, que el balón hay que tenerlo mucho, pero tocarlo poco; equivocados casi todos por una excesiva conducción de la pelota, perdiendo sorpresa y favoreciendo la presión de Bolivia. En tercer lugar, la ansiedad por resolver rápidamente este primer ‘fácil’ escollo, que es la antípoda de la inagotable paciencia del Barcelona, lo transformaron en un desordenado e impreciso equipo. Primera presentación fallida del favorito: empate ante Bolivia y mal juego. En el fútbol, ya sabemos, es más fácil educar el pie que la cabeza.

Durante 75 minutos y ante un rival, Costa Rica, con 10 jugadores desde el primer tiempo, se presentó Colombia con los mismos defectos: muchos delanteros (4, tras el ingreso de Rodallega), que piensan solo en el gol, el suyo por supuesto, y no, en el juego. Sin una conducción serena y criteriosa desde atrás, para incrementarles el valor a esos atacantes (Falcao, el gran goleador de Europa tuvo una sola ocasión, y de pelota quieta).

Sin desborde limpio por las puntas y con Guarín queriendo hacer todo. La presencia de Teófilo y Soto, por sus estilos, contagió a sus compañeros, para tener el balón, tocarlo con calidad y sin angustias, respetando los tiempos.

Sin magia creativa, pero más pensante y colectivo. Sin contundencia pero más autoritario en el dominio del juego. Y dejó otro aroma.

Por Javier Castell