Comenzó la gran fiesta, la del balón, la del fútbol, la de la Fifa, con más países afiliados que la ONU, con más creyentes que el Papa, aquí en Argentina, país que junto a México ganaría cualquier final mundial de seguidores de este magnífico deporte.
Tenía que ser ahora y aquí, en Buenos Aires. Sí, en la otra Europa, como llamaban y aún llaman a Buenos Aires los europeos que llegaron aquí hacen dos generaciones. La tierra de Gardel, de Carlos Monzón, de Diego Maradona, de Lionel Messi, de los que me faltan y de los que vendrán. Donde no es extraño subir a un taxi y descubrir que el conductor escucha la Novena Sinfonía de Beethoven, aquí el fútbol se comparte todos los días y en todos los lugares, para gozar, sufrir, reír y muchas veces llorar.
El deporte más popular del planeta se ha escogido para sobrellevar el domingo y preparar el día lunes. Se es hincha de algún equipo por arraigo familiar, por cuestión territorial, por amor a un color, a una camiseta, por admiración a un jugador, por la desgracia de nacer en la tierra de un equipo chico y hasta por venganza.
La palabra fútbol para el albiceleste es muy importante. La cancha, el balón, el árbitro, los futbolistas, el técnico y los hinchas son porcentaje pequeño de lo que terminan siendo noventa minutos de trato con el balompié, frente a profundos sentimientos expresados en miles y miles de palabras por cantidades de minutos y horas incalculables con posterioridad al encuentro, y antes de él, también; nunca paran ni pararán. El fútbol se juega todos los días, nunca en lunes hábil, no sé por qué.
Pertenencia, guerra, pasión, emoción, tristeza, alegría y dolor son algunos de los ingredientes de esta competencia. Patear es un placer inofensivo, solo peligroso en matones del rival y en pies de goleadores contra nuestro arco, pero a veces desemboca en combate de pasiones, frustraciones y acciones que rayan en la norma penal, como las que acompañaron a los hinchas en el reciente descenso del antes encopetado gaucho River Plate, y otras también recientes de nuestras canchas colombianas, las cuales se acaban de internacionalizar con lo que hicieron hinchas bogotanos, caleños y paisas en la Plaza de Jujuy, donde debutó Colombia ayer.
El fútbol en el Sur de América, como en todas partes, no es ajeno a la vanidad del futbolista, la prepotencia del dirigente, el orgullo del hincha, los errores del árbitro, la inclemencia de algunas temperaturas y alturas, y los desaciertos y mentiras de quien nos cuenta. Este juego de 11 contra 11 es placentero para muchísima gente de nuestro planeta, y por eso es trampolín para utilizarlo de mil formas distintas.
La fiesta comenzó y será en este frió mes de julio, junto al Polo Sur, el que enmarcará todas estas manifestaciones de la fisis humana frente a un divino esférico de cuero que retumba en el firmamento.
Por Miguel Joao Herrera







