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Nada por miedo

Me ha cansado tanto el miedo que ya no le temo, lo he desestimado, creo firmemente que todo lo que se sobreexpone, se desvanece. Me lo vendieron tanto que ya no existe. Sueño con un levantamiento en su contra que no tolere más sus adjetivos, sus verbos, sus sustantivos ni sus voceros.  Me perdonan pero, no me jodan. ¿No tienen otra historia que contarme? Ya ha sido suficiente.

La gestión del miedo social es el principio básico de la manipulación. El miedo es un operador de territorios de poder. Aquel que siente empatía con otros a través del miedo, muy seguramente está basando los lazos de su relación con el entorno en sus miedos externos, y no se ha dado cuenta que todos, sin excepción, han sido inoculados y están siendo movilizados por alguien que en el fondo, le está tratando como un estúpido, como un idiota útil sin capacidad de  discernir, ni siquiera, para saber lo que realmente le asusta o le amenaza. 

El miedo, de todas las emociones, es la más fácil de estimular. No se necesita un gran intelecto para entenderlo y mucho menos para provocarlo y repetirlo. 

Miedo a no pertenecer, miedo a no tener, miedo a no verse una manera, miedo a morir, miedo a perder, miedo a engordar, miedo envejecer, miedo a caer, miedo no ser amado, miedo a no lograr, miedo a fracasar, miedo a enfermar, miedo a no llenar las expectativas de otros, miedo a la soledad, miedo a la ausencia, miedo al dolor. Miedo a votar.  El miedo vende y de qué manera. 

Hace poco le oí decir a un buen amigo experto en marketing, lo siguiente sobre su oficio: “nos fundamos en el miedo, ahí están las decisiones y el consumo” 

Nada nuevo pero sí aberrante, escalofriante. 

La instauración del miedo debería ser tipificable como un delito mayor. Nada más indigno que un ser mensajero o promotor del miedo, nada más denigrante que una sociedad que acepte vivir bajo la imposición del mismo como factor principal de su movilización. Es un atentado a la existencia, es un atropello criminal. No sé qué es peor, si caminar por la vida esperando ser ungido, señalado o elegido como el vocero del miedo, o repetir como un inoperante arengas tan baratas como las alusivas a esa histeria colectiva que, parece seducida por el vacío de estampar nombres de turno en sus camisetas. 

El miedo se ha convertido en el elemento constitutivo por excelencia de las relaciones sociales, el miedo es la incertidumbre de lo que está por venir y emplaza el imaginario de una vida estable, es dominante y es rasgo claro de un capitalismo salvaje que alimenta el monopolio de la violencia, nutre la vulnerabilidad individual y pulveriza  los derechos fundamentales, humanos y sociales. 

El miedo atraviesa la psique colectiva, ha sido utilizado como herramienta de guerra, como aniquilador del conocimiento, lo ha ejercido en nuestro país la izquierda y la derecha con móviles idénticos, fue la espada ensangrentada del narcotráfico, el puñal asesino de la delincuencia común, instrumento de violación a menores, de atropello a la equidad de género y oxígeno para la prolongación de otras agonías terminales. Hoy, una vez más, elemento  discursivo que se posa en bocas de la ventriloquía. 

Las políticas y políticos que lo promueven alimentan nuevas modalidades de guerra y terrorismo.  

Me ha cansado tanto el miedo que ya no le temo, lo he desestimado, creo firmemente que todo lo que se sobreexpone, se desvanece. Me lo vendieron tanto que ya no existe. Sueño con un levantamiento en su contra que no tolere más sus adjetivos, sus verbos, sus sustantivos ni sus voceros.  Me perdonan pero, no me jodan. ¿No tienen otra historia que contarme? Ya ha sido suficiente.

No se resurge en estas aguas, ya lo vimos. No se recrea el universo en estos charcos estancados. 

Por un llamado a la dignidad. No voto con miedo, ni voto por el miedo.  

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