
En días pasados tuve acceso a una conversación, en mi opinión, clave y diciente. Nada tiene que ver con interceptaciones ilegales o filtraciones de investigaciones en curso, pero me luce en ella, evidencia considerable de lo que nos asfixia y nos consume.
Fue una conversación cotidiana que sostenían dos adultos con reconocida experiencia en sus actividades profesionales, aclaro, no siempre la adultez es madurez y la experiencia sabiduría.
En un aparte, uno de ellos le manifestaba al otro la necesidad imperante de permanecer vigente, de estar ahí en “la primera línea de acción” “en la jugada” para citarlo literalmente.
Mientras escuchaba con atención, recordé mis días en la publicidad y algunos slogans exitosos de la época como: “Siempre Coca Cola” “Rexona no te abandona” y “Los diamantes son para siempre.”
Entonces, pensé que durante muchos años nos ha perseguido el concepto y la necesidad de permanencia, la vendimos y la compramos.
Con el paso del tiempo, de las décadas y los oficios, su significancia varía, pero no se va, adopta diferentes formas y suele pasar de ser una idea, o una frase, a convertirse en un vestido hecho a la medida, en religión, en pretexto o en fantasma y, para algunos, probablemente en destino.
Poco hay de malo en buscar felicidad. Mucho menos en querer ser amado, tampoco hay maldad en buscar prosperidad y no la hay en querer influir, ni siquiera en pretender gobernar y mucho menos en vivir.
La cuestión podría estar en el cruce de la vigencia con la permanencia. Esa esquina debería tener más de un semáforo. Es allí donde la ansiedad por prolongarlo todo y pretenderlo eterno empaña el vidrio y produce el choque.
La intención de ser perpetuos y querer perpetuarlo todo puede producir más tumores que la mas maligna de las metástasis.
¿Por qué quererlo todo para siempre y sin límite?
La felicidad sin límite es el nutriente básico de la infelicidad. Esperar que el amor no se transforme es insumo para dejar de ser amado. Buscar riqueza sin detenimiento es empezar a conducir el vehículo sobre la línea roja que separa lo legítimo de lo sobornable, lo corruptible y lo comprable.
Tratar de ser influyente de manera vitalicia suscita correr el peligro de parecerse a lo obsoleto y omitirlo por vanidad, es desconocer otras voces y otros corazones.
¿Y qué decir de gobernar? El deseo del poder eterno suele ser un veneno que alimenta al ególatra y al narciso para que no abandone la idea de pensar que la rotación de la tierra no es posible sin su presencia.
Y con la vida, nada es menor. Ojalá podamos evitar la dolorosa escena de morir adheridos a la cama sin entender que para todos hay un último suspiro.
Hoy es preciso soltar, es imprescindible dejar ir y necesario modificar el concepto de final para entender que termina la canción, pero existe la música.
Algunas disciplinas místicas y teorías cuánticas contemplan el tiempo no lineal en donde todo es posible y, con la debida evolución navegaremos en ello, pero antes, sería noble separar los planos y comprender que en este, en el minúsculo, nada es para siempre, lo único permanente es el movimiento, el cambio, y en ello, la belleza, la magia, la liberación, la sorpresa y la superación.
Valdría la pena empezar por darle un abrazo fuerte a la impermanencia.
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