La madrugada y el atardecer tienen varias cosas en común, son evidencia de la ausencia y la presencia de la luz del Sol, representan el movimiento de la tierra sobre su propio eje, el fin y el inicio del hermoso ciclo dinámico que despide el día y recibe la noche, advierten el paso de lo que conocemos como “tiempo” y hacen que los seres vivos, sin excepción, entendamos que para todo hay un comienzo y un final.
Siempre me llamó la atención la manera sabia como mi querido Rafa manejó sus tiempos. Pocas cosas quitaron su sueño, en sus noches reparaba profundamente su ser y en el día disfrutaba al máximo de la energía que lo anterior le provocaba. Su alegría era desbordante. Sus oficios fueron modestos pero a cada uno de ellos imprimió tanta mística como grandeza. Guardada chocolates de múltiples denominaciones en el tercer cajón del closet del cuarto de la música, al que solo podía entrar a eso, a nutrir el cofre secreto que atacaba su familia como piratas de altamar, lo demás, en el cuarto y la vida, era todo administrado por su esposa Alicia, una bella melómana que le acompañó hasta el último día de su existencia.
Pasó los 90. Sus ojos eran como vitrales con destellos infinitos de color, cantaba y bailaba tango con destreza y tenía conversaciones imaginarias con Gardel. Dejó a sus hijos la mejor de las herencias: una sonrisa perpetua e imborrable en su rostro y en sus nietos, la buena costumbre de recordarle todos los días su vida.
La ciudad japonesa de Okinawa es el lugar del planeta con el mayor número de centenarios, por cada 100.000 habitantes 68 tienen más de 100 y la gran mayoría de ellos goza de muy buena salud hasta los 97 según el OSC (estudio de centenarios de Okinawa) que se realiza anualmente desde 1975.
Héctor López y Francesc Miralles, dos españoles, el primero ingeniero residente en Japón y el segundo periodista y escritor, se dieron a la tarea de investigar cual era el motivo que provocaba larga y sana vida en Okinawa. Entrevistaron varios centenarios y les preguntaron que los hacia vivir tanto y tan bien.
La respuesta: IKIGAI
IKIGAI, un bello concepto milenario que lleva como nombre el libro de los dos autores y que ha sido también expuesto por músicos, poetas y líderes a lo largo de la historia, tiene como significado: “El sentido de la vida”
Está basado en encontrar la razón de ser a través 4 rutas interconectadas: lo que amas, aquello en lo que eres bueno, lo que necesita el mundo y por lo que te pueden pagar. En ellas, tejidas la pasión, la misión, la vocación y la profesión.
El reto: articular las 4 para así evitar la sensación de vacío y alcanzar la autorrealización.
Parecería complejo pero es posible que sea sencillo. Profundo, pero sencillo. Si logramos detenernos, hoy que tanto está detenido, y por un instante, utilizar como lo propone el hermoso IKIGAI, el alba y el crepúsculo (5 am y 5pm) para ahondar en ello, probablemente encontremos en sus minutos el secreto que nos permita huir de lo que nos persigue y no perseguimos, o de lo que tanto se persigue sin sentido, para así, encontrar el verdadero sentido de nuestra vida, el mismo que logró Rafa, aun, sin saber del IKIGAI.
En ‘Palabras Pendientes’, disponible aquí en todas las plataformas digitales de EL HERALDO, el periodista Yohir Akerman, y la historia de una persecución que dejó atrás en el ejercicio de vivir.