El decreto de la alegría, por el cual se ordena al pueblo colombiano que ría, desde el más pequeño hasta el más grande, desde el más pobre, hasta el más rico. Al fin y al cabo recordemos como nuestro país, para sorpresa de propios y extraños, fue considerado como el más feliz del mundo en 2016, según el Barómetro Global de Felicidad y Esperanza en la Economía que preguntó a 66.040 personas en 68 países del mundo. Sin embargo, tan cuestionado honor fue refutado por La ONU con su informe de World Happiness Report en 2017 a propósito del día de la felicidad, el cual nos ubicó en el puesto 36, que contrastó con el otro estudio de la misma temática.

Las ciudades se han convertido, ahora, en polos magnéticos de la desilusionada masa campesina. Y la rata de crecimiento de su población es cada vez mayor, cuanto mayor es el éxodo de campesinos que huyen despavoridos ante la inseguridad, la violencia y la muerte, o solo por encontrar educación para sus hijos y asistencia médica para sus familiares. De acuerdo a la cuestionada y más reciente encuesta del Departamento Administrativo Nacional de Estadística - Dane-, el 15,1% de la población del país habita en las zonas rurales.

El campesino huye también de la polución de los ríos - a lo que La Fundación Green Peace acaba de advertir que los ríos Magdalena y Amazonas se encuentran entre los 20 más contaminados de todo el mundo -, además de conductos vitales que reciben constantemente los detritus industriales, convertidos en el estiércol circulante de un alto nivel de toxicidad.

El presidente presentaría al Congreso el proyecto de ley que trata de someter a los campesinos, más bien a un entrenamiento militar formado por un verdadero ejército de campesinos. Este programa solo atañe a aquellos campesinos azotados por la violencia, aquellos que han sido chivos expiatorios, aquellos que han tenido que abandonar despavoridos sus humildes parcelas para buscar refugio en los hacinamientos tuguriales de las grandes urbes.

Esos campesinos aprenderían a manejar el arado y el fusil – o cualquier otro instrumento de guerra -, con la misma habilidad para defender su choza, su familia y su trabajo.

Algunos delitos no se cometían y otros que a diferencia de tiempos pasados, hoy se cometen con mayor frecuencia, más sevicia, técnica y crueldad.

Delitos que circulan en medio de una sociedad neurotizada a nivel de los hogares, sembrada de sicópatas en pos de poderes, así como políticos y económicos que distribuyen la violencia y el terror bajo la mirada atónita de una justicia que avanza con muletas y utiliza cárceles inadecuadas que casi siempre tienen una puerta de entrada y otra de salida.