Cito una definición magistral: “La educación tiene por fin el desarrollo en el hombre de toda la perfección que su naturaleza lleva consigo” Immanuel Kant (filósofo alemán, 1724-1804). La educación es por excelencia el fortín para la eternidad, hay que arroparla con paciencia, entender que sus retos nacen todos los días y se convierten en fuente de riqueza para el futuro.
Partamos de lo básico, la educación se cimienta en valores y es que precisamente los padres hoy como nunca antes, juegan un papel fundamental y tienen una gran responsabilidad frente a los hijos y la búsqueda constante de la forma como les debemos transmitir con sabiduría adquirida el conocimiento que a la postre signifique calidad de vida. El hogar es pues el escenario sagrado e histórico, donde la familia tiene en esa dinámica incansable la independencia del diario aprendizaje, necesario para ser mejores seres humanos, grandes personas y siempre competitivos…o por lo contrario también saltar al vacío por la ausencia de compromiso.
Ahora los hijos no saben, algunos en ambiciosa autonomía y auto sabiduría porque tampoco les interesa, encontrar ese camino con la atmosfera propicia frente a los padres y ellos haciendo honor hacia sus tutores máximos, tienen que doblegarse un poco, bajar la cabeza y saber que están situados hoy en el momento más difícil que los enfrenta consigo mismos y en el papel de hijos. Los padres modernos, gracias a la velocidad de la cotidianidad han estado cada vez más ausentes en el tema de la educación en valores, como dice el adagio “A nadie le enseñaron a ser papá” es algo heredado, innato que no se aprende frente a un computador consultado Google.
Soy de los que piensa que contrario a las nuevas teorías, una vez superada la pandemia y reiniciándose hacia la normalidad, al profesor clásico o maestro hay que rescatarlo, aunque el mundo de ahora ya no es igual. Pero tristemente como opción por la crisis que atravesamos con la educación virtual no estamos en el paraíso, no solo lo afirmo yo, la experiencia y su balance inicial de la práctica en la educación, utilizando las herramientas de la tecnología en comunicación motivada por la cuarentena no ha sido lo esperado y se acerca más a sentimientos de frustración, es así como: Alumnos, profesores y padres de familia no se han convencido que ese sea el mejor y único camino.
En Colombia, el número de jóvenes que no tienen clases presenciales a causa del coronavirus es de alrededor de 11 millones y según el Laboratorio de Economía de la Educación (LEE), de la Pontificia Universidad Javeriana, el 96 % de los municipios del país no cuentan con herramientas para poder implementar lecciones virtuales. Así pues el subdesarrollo en avance tecnológico también es un obstáculo inmenso.
Frente a este ropaje de atraso, insisto por ende que calidad en educación no es necesariamente conciliar ambiciosamente con la virtualidad. La educación con calidad se matiza y define, se hace evidente retornando al aula del salón de clase, ese cara a cara con el profesor, esa integración de formas de pensar, esa socialización afectiva con los demás compañeros conjugan un ambiente democrático de sana discusión, exposición y construcción generando valor de conocimiento pleno, en un estado excepcional de tertulia y libre inspiración irremplazable.
Pertenece a un pasado, pero fui profesor en dos colegios, en uno de ellos mi vida me dio la oportunidad de reemplazar a un maestro que debería viajar a España y dicte con orgullo cátedra de geografía, historia y algo de literatura, gracias a esto, conocí de cerca lo que significa el ambiente académico de una aula de clase, el tablero al frente, la tiza y la almohadilla para tener el valor y la nobleza ética de borrar y corregir, pedagogía que agoniza hoy en día por la terquedad del pensamiento que estrangula la construcción de la sabiduría.