
Al estar en la boca de la tradición propia de los americanos, dentro del majestuoso espectáculo del Super Bowl y siendo consciente de un sueño cumplido, que aún así todavía no podía creer que fuera una realidad, tomé la decisión edificante y de compromiso eterno, feliz y quizás como nunca antes, de sentirme orgullosamente un latino más, pasear por el interior del mole de cemento de manera silenciosa pero disfrutando cada instante, mirando y detallando con poca pausa, toda la infraestructura compleja de la producción.
Al fondo el ruido, la emoción de miles de aficionados presentes, entonando un coro de acompañantes sin tregua, y por qué no decirlo a gritos, mi corazón vibrando en el intermedio al ver y vivir el Show fascinante de bailarines iluminados por el color y la alegría, coreógrafos, músicos, todos jóvenes de mi bella Colombia, que demostraron infinito talento y habilidad escénica enviando un mensaje universal, porque el arte tiene un solo idioma, en este caso soportado y cobijado por la plasticidad de la danza y una expresión cultural auténtica, nunca antes vista en este escenario y para más de 100 millones de televidentes, en su gran mayoría familias que integran la sociedad norteamericana que se reúne íntimamente en sus hogares para vivir casi religiosamente y a su manera, para todos masiva pero a la vez privada, su festejo competitivo que solo se da el primer domingo de cada mes de febrero desde hace 54 años con su deporte favorito, un hecho que es considerado para ellos como una fiesta nacional.
Pasó por mi mente “esto que estoy viviendo es algo histórico en un derroche de sueños cumplidos y en medio del oasis que significa vivir intensamente un Super Bowl con los nuestros como protagonistas”.
Tampoco puedo dejar de expresar en esta columna que en momentos como estos, los sentimientos se tejen, se entrelazan, la sangre tira, como decían los abuelos, y mis ojos sumergidos de emoción enfocaron a nuestra Shakira, la pequeña de mi vida, y grande hoy ante el mundo. Mi interior me gritaba en silencio: tanta disciplina, entrega, constancia, esfuerzo, luchas diarias, obstáculos vencidos, compromiso consigo misma y con su país, batallas ganadas, tanta sensibilidad y a la vez coraje, fuerza ante las adversidades para ponerse otra vez de pie, lealtad a sus principios, medirse a pulso y tanto talento para reinventarse, tenía que dar sus frutos como el mejor de los manjares. En ese instante mi corazón estaba a mil y seguro que el de ella allí en el escenario también, porque gracias a Dios, hemos sido hechos del mismo roble, de la misma semilla.
Razón tiene Tom Brady quizás el jugador más brillante en la historia del Fútbol Americano, cuando en una entrevista publicada en Febrero de 2013 por bradyinsack y reproducido por Espacio Crítico 20: le preguntaron ¿Cuál es la fórmula para llegar a donde has llegado tú, cuál es el secreto? y el ganador de 6 títulos afirmó: “La clave para llegar lejos es no rendirse, seguir luchando, seguir creyendo en ti mismo y aprovechar la oportunidad como la que a mí se me presento. La vida, en todas sus disciplinas va de eso: de aprovechar oportunidades que nunca sabes cuándo se presentarán y rara vez se repiten”.
Y si a oportunidades nos referimos, esa noche inolvidable en el estadio Hard Rock de Miami fue una conjugación de deseos individuales cumplidos y en conjunto, porque también la comunidad latina con honor en pleno, envió un mensaje claro... mostraba como pocas veces de manera colectiva su identidad y su capacidad para construirse en el lugar que para muchos era años atrás un campo ajeno, los latinos demostramos que somos capaces y que estamos ganando terreno a pasos agigantados al interior de la sociedad que pertenece a la primera potencia mundial.
Hoy, Estados Unidos sin decirlo públicamente está ya reconociendo que la comunidad latina ha ganado y adquirido derechos para ser parte de su historia, pasado, presente y futuro, que ya nos podemos sentar todos y compartir en la misma mesa, así nuestro plato servido para muchos, no sea el mismo, por ahora.
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