La Paz es ya una costumbre que va produciendo ciertas legañas inútiles en la mentalidad del pueblo colombiano, hasta convertirse en una fórmula que se aplica en todas las circunstancias del diario vivir. Como por ejemplo, en las ceremonias escolares, en los banquetes sociales, con políticos, en las manifestaciones públicas y en los oficios religiosos.
En todas partes se pide la paz. Como si alguien tuviera la facultad de otorgarla gratuitamente, aparte de Dios. Pero las personalidades destacadas de la paz no han entendido todavía que esta es un fenómeno resultante de una causa primaria, y de acuerdo a la lógica “nada puede obtenerse tratando los efectos, si antes no se trata la causa que los genera”.
“Nadie tiene el derecho de quitarle la vida a otro ser humano”.
“La vida es un don precioso al que tú tienes derecho, no prives a nadie de ese derecho”.
“Todo ser humano tiene derecho a la vida”.
Detengámonos ahora en el fenómeno de la administración corrupta. Balista que como las antiguas máquinas de guerra nos lanza la mayor parte de los males sociales, políticos y económicos que lesionan las estructuras de la sociedad contemporánea. Precisamente, uno de estos terribles males lo conocemos con el nombre de inflación y atenta directamente contra la paz.
Se ha tratado de establecer una bifurcación teórica, que contempla lo que llamamos La Teoría Monetaria, llamada déficit fiscal por razones del incremento de la masa monetaria con las consiguientes implicaciones de endeudamiento del Estado. La masa monetaria se compone de circulante y cuasidineros, como acciones, bonos y, en general, papeles negociables.
El episodio final de esta teoría es cuando muestra el deterioro de las relaciones de comercio exterior, en términos de intercambio. Lo que produce efectos letales en nuestras exportaciones, ya que mientras nuestros productos en el exterior cada día valen menos, contrario a los productos extranjeros que aumentan de precio.
De aquí el círculo vicioso, en el cual nuestra débil moneda pierde valor, nos obliga a exportar barato y a comprar dólares costosos para importar.
Esta es una posición de zalema o sumisa, de la cual nuestra moneda podría sacudirse diplomática y energéticamente de aquellos obstáculos que estarían impidiendo una sana evolución monetaria.
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