Nuestra historia y vida como nación siempre ha tenido, así lo ignoremos o desconozcamos, la carga de “la dependencia”. Sin embargo, con pasión y honor en muchos escenarios se sigue recordando la independencia de Colombia y reza en muchos escritos históricos y periodísticos como El País de España: “El 20 de julio de 1810 una junta de notables de Santa Fe (integrada por autoridades civiles e intelectuales criollos) provoca un altercado en la casa del español José González Llorente, que terminó derivando en la firma del Acta de Independencia de Santa Fe de 1810.” Aquellos gritos y momentos que nos activaron sentimientos de libertad, pero que curiosamente hasta noviembre de 1861 la bandera tricolor fue reglamentada, nuestro hermoso himno se proclamó oficial en 1920 y el escudo hasta el 6 de agosto de 1955, un proceso débil y fragmentado de soberanía.
Desde la academia, la política y la cultura, se nos ha inculcado que de verdad alcanzamos el valor infinito de la libertad y por ende el sueño de un estado independiente.
Pero, el privilegio de ser una nación libre y soberana se tradujo con el paso del tiempo y por circunstancias de la debilidad de nuestro estado, víctima de factores externos y el proceso poco digno y real, de ser marcados como país eternamente en vía de desarrollo, en una Colombia hoy dependiente en todas sus políticas y planes de desarrollo integral, algo que lleva a la frustración pero que es una verdad a puño, donde medio mundo vive del otro medio y las potencias marcan el camino de aciertos y desaciertos en la evolución del planeta, sembrando esperanzas y desesperanzas.
A nivel individual, como colombianos en nuestra cotidianidad, marcamos aferrados la esclavitud universal hacia el manejo del tiempo, de los malos hábitos, que van desde nuestras reprochables actitudes que en muchas ocasiones se hacen de manera inconsciente como actos reflejos y réplicas de poca conciencia, hasta las más perversas que contaminan nuestra ética, moral y quizás hasta fracturar nuestra propia identidad. De lo anterior, vienen comportamientos hacia la corrupción, la individualidad y el egoísmo, la ambición por el dinero fácil, el desprecio por los demás y el juzgamiento o linchamiento a los seres humanos que nos rodean, alimentado por la envidia y el poco sentido del reconocimiento.
Puedo asegurar que obramos a veces de mala fe, afincados en que los demás no pueden ser superiores a nosotros mismos y que pisotear alimenta la maldad pero es más fácil y sencillo que regocijar, enaltecer o aplaudir.
No somos totalmente libres, nos cuesta trabajo desligarnos de la dependencia que se ha convertido en nuestro estado natural de confort, por eso Colombia seguirá caminando a la suerte en gran parte de lo que decidan otros, al vaivén de circunstancias externas, así por costumbre o por orgullo tomemos la decisión de izar la bandera cada 20 de julio.
El actuar presente, futuro y destino de cada uno de nosotros y el de nuestra nación, está en manos de Dios, a quién sí gratificamos y honramos el querer por siempre de toda dependencia.