
Un amigo argentino me describió una vez su sorpresa cuando, en su primer viaje a Europa, se enteró de que Aquisgrán, Aix-la-Chapelle y Aachen eran en efecto la misma ciudad. La cuna de Carlomagno en Alemania, junto a la frontera con Holanda y Bélgica, fue uno de los lugares emblemáticos de la Europa medieval. Tras sufrir los bombardeos de la Segunda Guerra Mundial, quizá Aachen ya no sea un lugar bello para visitar –que me perdone mi abuela, que nació allí–, pero la ciudad mantiene su valor simbólico. Así lo demostraron la canciller alemana, Angela Merkel, y el presidente de Francia, Emmanuel Macron, este martes cuando firmaron en Aquisgrán un nuevo tratado de amistad franco-alemana, 56 años después de aquel primer documento de Charles de Gaulle y Konrad Adenauer que intentó pasar página y dejar atrás siglos de guerras entre las dos naciones más grandes del centro de Europa.
Merkel y Macron intentan revalidar la alianza entre Berlín y París, el eje fundamental y origen de la construcción europea de posguerra, a pesar de todos los vaivenes a lo largo de los años. A los jóvenes de hoy esa reafirmación de la amistad entre dos pueblos vecinos les puede resultar algo patético. Pero no hay que olvidarse de los tiempos oscuros. A pesar de que en el colegio alemán preferí estudiar español en vez de francés –el inglés era obligatorio– he tenido y tengo varios amigos franceses. Hasta tuve una novia francesa hace años que me confesó que nunca llegaría a conocer a su abuela porque odiaba a los alemanes después de las barbaridades de la ocupación nazi. Lo comprendí perfectamente.
Afortunadamente, las generaciones de hoy no arrastran este lastre. El tratado de Aix-la-Chapelle es una acumulación de proyectos y buenas intenciones, como la creación de centros culturales franco-alemanes en Río de Janeiro, Palermo o Erbil en Irak; una mayor cooperación en materia de defensa; el apoyo francés a que Alemania obtenga un sitio permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU o una política económica común. –“Los franceses siempre hemos dado demasiada importancia a gastar y los alemanes demasiada importancia a ahorrar. Estaría bien si pudiéramos encontrarnos en el medio”, dijo Macron–.
Pase lo que pase con estas iniciativas, el tratado tiene un alto valor simbólico en estos tiempos de resurgir nacionalista desde la América de Trump y Bolsonaro hasta el Reino Unido del Brexit y los diversos nacionalismos en Europa. Es lógico que el eje franco-alemán despierte recelos entre otros países del continente. Efectivamente, París y Berlín deberían cuidarse mucho de no imponer su rumbo a los demás.
Pero la cooperación entre dos naciones grandes es una señal potente contra el unilateralismo. Por ello, es muy significativa la reacción de la ultraderecha francesa de Marine Le Pen y de Alternativa para Alemania. Ambos partidos denunciaron el tratado de Aachen como una intromisión del ‘otro’. Y es que a los nacionalismos no hay nada que les moleste más que el entendimiento entre países.
@thiloschafer
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