Menos mal ahí está Junior para que, como se dice, un clavo saque a otro clavo. Es que en la actual Copa América que termina esta semana y cuyo resultado no nos importa mucho porque, para variar, nos eliminaron tempranamente, volvimos a fracasar. Otra vez a seguir las semifinales entre los países con mentalidad ganadora. La nuestra es, ni siquiera de segundones, sino mediocre. Toda regla, claro, tiene su excepción. Aunque en materia deportiva cada vez contamos con más excepciones individuales (Pajón, Ibargüen), en términos generales y, sobre todo cuando nos toca como equipo de fútbol, no sabemos enfrentar compromisos decisivos, nos sentimos menos, acomplejados, perdemos antes de jugar.
Pero no hay censura, nadie les cae, nadie les critica lo que realmente mostraron, todos corren a justificarlos, a decir que aprendimos, a buscarles excusas rebuscadas, a pechichar a los perdedores como si hubieran ganado, casi a darle la razón a Maturana con aquello de “perder es ganar un poco”. No. Perder es perder, y a las eliminatorias al próximo mundial no vamos a perder ni a aprender, sino a ganarnos un cupo que luce cada vez más complicado.
En Argentina, que siempre comienza mal, les dan tan duro, que hasta a Messi le señalan que no es ningún héroe hasta que algo ganen. Y terminan ganando. Lo mismo en Brasil, en Uruguay ni hablar, en todos los países de ganadores los estimulan a palo, los puyan, les hacen ver que si pierden, fracasan, así que cuando los derrotan, los abuchean. Aquí no. Aquí los pechichan. Los reciben a punta de rosas. Que Queiroz acaba de llegar, que no conoce a los jugadores (como si fueran anónimos); que practicando Tesillo fue el mejor (como si el técnico ignorara que una cosa es una práctica, y otra la experiencia ante el compromiso) y por eso lo pusieron de quinto, que los cambios no se demoraron demasiado porque jugaban bien (no iban perdiendo) ¡sin balón!; que en la primera ronda los números fueron impecables (como si los números contaran en octavos, o como si fuera un logro no quedar entre los sólo cuatro eliminados), y excusas así. Pero el culpable no sólo fue el indescifrable técnico, sino también los jugadores: Nadie les dijo que después de un aceptable primer partido contra una desorientada Argentina, jugaron como mediocres; se las tiraban de campeones pero sufrieron y anotaron más por suerte que por fútbol; nadie les dijo tampoco que ante Chile desde James para abajo se vieron deslucidos, asustados, imprecisos, sin categoría, como si más que un técnico necesitaran un sicólogo. Se fueron, y como si nada.
Los medios, entonces, tienen también su alta cuota de culpa. Basta ya de cepillo. Casi todos juegan en grandes equipos, así que como tal hay que exigirles. Si se conforma una buena nómina, y no ganan, el malo es el técnico. Y si la nómina es sólo de nombres famosos, pero no ganan, hay que renovarlos. Si el técnico es bueno, seguro que implementa un ganador sistema táctico, pues para jugar bien no se requieren nombres rimbombantes. Es hora de ganar algo. Basta de pechiche.
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