Una de las grandes debilidades de la democracia en el tercer mundo es la falta de libertad de sus ciudadanos. Especialmente la libertad de pensamiento, derivada de la carencia de formación académica, cultural y cívica, presentes en las grandes mayorías de personas quienes por sus condiciones socio económicas, son esclavas del sistema político y lo que es peor, de sí mismas. Tal deplorable situación, se proyecta desde las relaciones personales del micro mundo social, hasta los procesos más delicados y profundos, como el sistema democrático, que reclama ciudadanos más comprometidos con las elecciones de los dirigentes del Estado.
Sin embargo, en Latinoamérica cada vez más se hace presente una relación de clientela para la elección de autoridades gubernamentales, es pan del día la corrupción electoral como eje transversal del Estado Latinoamericano, dentro del cual tienen igual o más responsabilidad, los electores con respecto a los elegidos. En realidad, cada vez es más exótico como necesario el voto de opinión, entendido como aquel que reúne tres características fundamentales: información, libertad y conciencia del elector.
Lamentablemente, estas tres características del voto de opinión son reemplazadas por: la compra del voto, una maquinaria aceitada desde las propias entrañas del Estado y groseras relaciones de clientela electoral, que, ante la mirada de las grandes mayorías abstencionistas, complacientemente en el continente son testigos de excepción de su propia miseria. Entonces es muy importante para el cambio del sistema electoral, construir caminos para impulsar el voto de opinión, partiendo de la educación en democracia, cívica y responsabilidad social.
Educación que consecuentemente elevará los niveles de cultura política, desde la cual se permitirá: un voto informado basado en programas, paradigmas y teorías, y no en personajes, candidatos y caudillos; un voto libre de presiones de la maquinaria y de las propias necesidades del elector; y, un voto consciente pensado, analizado y argumentado, que visualice las consecuencias para la democracia y para el colectivo social, que no responda a la presión de la maquinaria.
En conclusión: el voto de opinión es la necesidad más apremiante del sistema democrático electoral de Latinoamérica, la dirigencia como la sociedad, deben entender que no solo se trata de necesarias reformas político electorales, sino de la cualificación del insumo humano electoral, porque si continúa siendo el mismo putrefacto, carcomido por la ignorancia que produce la falta de cultura política y con los mismos parases históricos actores políticos, la realidad del continente será la misma.