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¿Vikingos en el Caribe?

Se ha establecido que unos quinientos años antes que Colón, los intrépidos vikingos de Leiff Erikson arribaron a La ensenada de las medusas en la isla canadiense de Terranova. ¿Pudo la mítica Vinlandia estar ubicada mucho más al sur? ¿Acaso en los predios de los Kogis? Nadie sabe. 

Me han pedido que exprese mi opinión sobre la reciente polémica en torno a la delegación oficial de escritores colombianos en la Feria del Libro de Madrid. No lo hago por tres respetuosas razones: primero, porque es ya imposible sacarle más brillo a la ignorancia supina tanto del Plenipotenciario Plata, como del incompetente que malgobierna desde la Atenas suramericana; segundo, porque basta con que me pidan que escriba sobre un tema para que ese interesante asunto deje de interesarme; tercero, porque la única feria de escritores que me interesa por estos días es el combate de rapsodas que tenía lugar en los juegos de Asclepio de Epidauro. La misma feria griega que venía de ganar Ion de Éfeso cuando un tal Sócrates apareció para aguarle la fiesta. 

Más sugestivos, en cambio, me resultan los ecos escandinavos que hace unas cuantas madrugadas creí percibir mientras leía un mito de creación soñado por los Kogis en las faldas de la Sierra Nevada de Santa Marta. Siendo muy niño, mientras me recuperaba de la caída de una hamaca por estar distraído con las peripecias de Olafo el Amargado, mi padre me regaló un inolvidable libro ilustrado sobre valientes guerreros de hachas sangrantes, que bebían cerveza en cuernos retorcidos, que surcaban mares y ríos en barcos sigilosos, jugándose la vida sin un atisbo de miedo, lo mismo en un bar que en un campo de batalla. Supe después de unos orilleros antiguos, que en secreto paralelismo con los descendientes de Odín, amaban el arrabal y la milonga, casi tanto como el coraje y el cuchillo. 

En los días más duros del confinamiento, el relato audiovisual de Ragnar Lodbrok, espléndido hasta el sitio de París, me deparó un inesperado retorno a los fiordos de la infancia. Encargué libros sobre mitología nórdica, volví a las páginas germinales de la Edda Menor, que compuso Snorri Sturluson y leí el ensayo de Borges sobre Los Kenningar. Acaso por eso, cuando tropecé con el mito Kogi de la creación no pude dejar de percibir una muy curiosa simetría.  

El mito, en versión de Gerardo Reichel-Dolmatoff, dice que solo el mar estaba en todas partes. El mar era la Madre, y sobre ella se formaron, uno tras otro y antes del amanecer, nueve mundos, uno de los cuales es el nuestro. Cuando se formó el último, «los Padres del Mundo encontraron un árbol grande y en el cielo sobre el mar, sobre el agua, hicieron una casa grande. La hicieron de madera y de paja y de bejuco, bien hecha, grande y fuerte, como una cansamaría grande. A esta casa la llamaban Alnáua».  Un momento, ¿nueve mundos?, ¿árbol grande?, ¿casa grande?, ¿dónde lo he leído?

Caminé a la biblioteca, ahí estaba la respuesta. En una guía de héroes nórdicos, leí un monólogo sorprendente: «Vivimos en un árbol muy grande llamado Yggdrasil, conocido también como el Árbol de los Mundos, pues sus ramas albergan nueve mundos: Asgard, Vanaheim, Midgard, Alfheim, Jotunheim, Nidavellir, Muspelheim, Niflheim y Helheim». 

Se ha establecido que unos quinientos años antes que Colón, los intrépidos vikingos de Leiff Erikson arribaron a La ensenada de las medusas en la isla canadiense de Terranova. ¿Pudo la mítica Vinlandia estar ubicada mucho más al sur? ¿Acaso en los predios de los Kogis? Nadie sabe. 

Lo que sí puedo asegurar es que este ejercicio de mitología comparada me resulta más atractivo que el lanzamiento del libro de Duque o las memorias de María Emma Mejía en la Feria del Libro de Madrid.  

—Skol. 

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