
Orígenes
Es bien sabido, así mismo, que solo una cosa se compara con la música: «hablar de música».
De los mil rostros de la música, acaso el más fascinante sea el olvidado arte de transmutar los golpes de la vida en inagotable fuente de belleza. Sí, belleza para deleitar los oídos, encanto que nace de la melodía, el ritmo, la armonía, pero también de aquellos golpes fortísimos, como del odio de Dios, de los que advierte César Vallejo en «Los heraldos negros», y que sin embargo se diluyen apacibles como la miel en el café cuando suena una canción. Lo cual hace de la música un artículo de primera necesidad en nuestro cotidiano intento por sobrellevar la realidad.
Es bien sabido, así mismo, que solo una cosa se compara con la música: «hablar de música». Con esto en mente, junté algo de desperdigado optimismo y me reuní con los integrantes de Mapuka Jazz, el cuarteto barranquillero liderado por el «multiinstrumentista» Leopoldo Calderón, que acaba de grabar su primera producción discográfica titulada Orígenes. Fue una reunión virtual, a palo seco, sin una copa de vino, sin una cerveza helada, como son las reuniones en estos tiempos de confinamiento, escasez de vacunas y canalladas tributarias. La agrupación, que lleva un par de años trabajando, está conformada además por la joven y talentosa pianista samaria Laura Palomino, el bajista santandereano Brayan Sequeda y el baterista barranquillero Pablo Abello, todos formados en el programa de Música de la Universidad del Norte.
Los escuché con mucha atención, como antes había escuchado su música. Cada uno se expresó con la misma cálida sencillez con que los buenos pintores suelen referirse a sus obras. Quizá porque también ellos, como recuerda Adolfo Pacheco, procuran pintar lo que no se ve. Sin las ínfulas insufribles de quienes a diario desayunan «egos revueltos». Mapuka Jazz es un proyecto admirable de investigación-creación con una estética vanguardista y una sonoridad innovadora. Su música se nutre de la tradición y el talento. Lo hace desde el Caribe, donde la música es más evidente que el calor o el mestizaje, como bien lo señalaba el maestro cubano Alejo Carpentier.
Uno deja de estar confinado tan pronto siente el oleaje de mulata sensualidad que contiene «Champejazz». Es como recoger al mediodía una caracola frente al mar de «Blas el Teso», acercarla al oído y percibir en su interior el lejano rumor del Misisipi. «Cómplices», en cambio, se me antoja más íntima, más romántica, como el viento que silva en la montaña, como los dedos que inician su cortejo de palomas en la rayuela del teclado. Asimismo, la percusión, el bajo, las cuerdas nos deleitan con una propuesta transculturadora que exalta la extraordinaria riqueza musical de América Latina y el Caribe, articulando cumbia, porro, vallenato, champeta, bambuco, samba y jazz, sobre los cimientos de una conciencia clara de la hibridación, la heterogeneidad y el legado africano.
Laura Palomino, la dueña de los teclados, se arregla los rizos desde la comodidad de su habitación y pide la palabra con determinación: «Orígenes ha sido un trabajo maravilloso y esperamos que la gente lo disfrute. Queremos grabar más música compuesta por nosotros. Seguir investigando, nutriéndonos de lo mucho que pueden ofrecer nuestras raíces.»
Estos jóvenes desentrañaron los orígenes de la belleza en un mundo que parece caerse a pedazos. Algo bueno que, sin embargo, ha dejado de pertenecerles. No se olvide que lo bueno ya no es de nadie, sino de la tradición o el lenguaje de la música…
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