La novela Cosme (1927), de José Félix Fuenmayor llega a los noventa y cinco años. Sin duda, constituye en Colombia una temprana manifestación de lo que podríamos llamar «una novela proteica». No obstante, más allá de esta etiqueta, los rasgos que más sorprenden son su precocidad, su vocación de apertura y su inequívoca naturaleza satírica. La novela de Fuenmayor narra el destino trágico de un desdichado personaje, un auténtico antihéroe predestinado al fracaso, desde su concepción hasta su muerte. Su mismo nacimiento se da como resultado inesperado de una «chanza pesada», de una broma sexual y carnavalesca que el doctor Patagato dirige a don Damián y a doña Ramona. De este modo, Cosme es el fruto fortuito de un ama de casa persistente, «de corazón magnífico pero de inteligencia poco radiante», de un farmacéutico pusilánime de estómago enfermo y de un médico «más sorprendido que halagado».
A lo largo de cuarenta capítulos breves, el «viejo José Félix» traza en una genuina sátira menipea la evolución moral de su infortunada criatura: su prehumanidad en limones y tomates, su prehistoria signada por un macaco y un formulario magistral, su temprana desorientación, la nefasta sobreprotección de una madre que anhelaba una niña, sus primeras letras en la escuela de un «asno sagrado» y una maestra incestuosa y reprimida, los timos inaugurales de Paleto, las palizas infames de Mandarria, los castigos por faltas no cometidas, la «traición» de Lucita y el camino hacia la poesía mortuoria, el bachillerato ampuloso del doctor Colón, plagado de raíces clásicas, pero inoperante para la vida, la explotación laboral en la Pan Comercial de Pechuga y de Barbo, el Zangamanga de Truco, su completa ingenuidad en las relaciones interpersonales, su falta de malicia para comprender el mundo, su propensión indiscutible para el fracaso, la puesta en abismo de Remo Lungo, la dolorosa pérdida de los seres queridos y de los bienes materiales, la estafa postrera de la «señorita» Tutú, el alivio violento de la muerte a manos de un capitán celoso y energúmeno.
La obra, transgresora de la tradición literaria colombiana, evoca los rasgos más característicos del «Bildungsroman», salvo porque no parece haber un aprendizaje efectivo por parte del «antihéroe problemático», sino, más bien, una contundente crítica «carnavalizada» a todo el sistema educativo de la época, inspirado en una falsificación conservadora y clerical del verdadero humanismo. Una educación desconectada por completo de la vida real. El dramático peregrinaje de su protagonista constituye, así, un fresco descarnado de quien discurre sin rumbo. La novela lo dice con todas sus letras, la existencia de Cosme no es otra cosa que «la marcha espantosa del que no sabe a dónde va, ni qué busca, ni qué lo aguarda, ni cuándo ha de detenerse» .
Esa es, en fin, la novela, una suerte de tragicomedia urbana en donde los valores ardorosamente inculcados y los conocimientos adquiridos de nada sirven en un mundo degradado, con cierta modernización, pero sin auténtica modernidad. Una obra divertida, en todo caso; bien contada, de lectura agradable, sin un atisbo de solemnidad, irreverente hasta la médula, risueña, oral, fervorosamente Caribe, universal, escrita en mangas de camisa, con la mente abierta y, desde luego, sin el corbatín de primera comunión con que el «viejo José Félix» aparece en uno de sus retratos más famosos.