Hoy, cuando el cataclismo de Damocles, del que nos hablaba Gabo en uno de sus discursos, es una aterradora posibilidad, deseo recordar que hace poco más de cien años surgió en Rusia un grupo de admirables intelectuales mucho más preocupados por la literatura que por la guerra. De hecho, se preocuparon tanto por el aspecto formal de las obras, que, pese a sus múltiples aportes, fueron acusados de olvidarse de todo lo que las rodeaba y pasaron a la historia con el título despectivo de «los formalistas rusos». Siguiendo su ejemplo, me concentraré en la literatura. Total: «Un minuto después de la última explosión, más de la mitad de los seres humanos habrá muerto, el polvo y el humo de los continentes en llamas derrotarán a la luz solar, y las tinieblas absolutas volverán a reinar en el mundo».

La creación literaria, en cambio, es imperecedera. Para descifrar el misterio de su existencia y prosperidad, es posible que no haga falta un crítico sino un detective literario. A esta frase, una variación de la apertura de una Jirafa que el joven García Márquez publicó en EL HERALDO en 1952, le caben varias precisiones. La primera, que a Gabo le desagradan los enigmas clásicos propios de las novelas policíacas. La segunda, que le fascinan los enigmas sin solución aparente, aquellos enigmas insolubles que escapan a las soluciones fáciles o difíciles de la lógica y la razón.

Así pues, se me antoja que el asunto de la creación literaria puede verse como uno de esos enigmas insolubles que pueblan su obra. Acaso por ello convenga dejar para después la irracional guerra de Putin, para intentar un acercamiento inicial desde el corazón mismo de la creación literaria y de los creadores.

Borges sabe que la duda es buena, «quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro —como afirma en Borges y yo—, sino del lenguaje o la tradición». Pero acaso sus dudas y perplejidades, propias de su doble condición de creador literario y de poeta doctus, contengan algún vago rudimento de la curiosa y encubierta verdad que hace falta para atisbar el inextricable sentido de la creación literaria. No está de más agregar que utilizó la figura del poeta doctus en el mismo sentido que le da Rafael Gutiérrez Girardot, esto es, como «un tipo de escritor que es hoy una exigencia y a la vez la imagen evidente y natural del creador literario». El rasgo distintivo del poeta doctus es la reflexión, «la conciencia lúcida de sí mismo, de su tarea y de sus medios y posibilidades con que puede expresar la una y realizar la otra».

No es de extrañar, entonces, que el asunto de la creación literaria esté en el centro de las preocupaciones de este particular tipo de escritor. La conciencia lúcida de sí mismo, llevó a Borges a apropiarse de la tradición europea con plena irreverencia y sin supersticiones. La conciencia lúcida de su tarea, de sus medios y posibilidades, lo llevaron a transitar el camino de la conjetura, no de la verdad revelada. Por este motivo, sus cuentos, ensayos y poemas no traen nunca la solución del problema que plantean. Son apenas el examen reflexivo de una posibilidad intelectual. Una posibilidad que, en lo que concierne al proceso de creación, es más o menos invariable.

De mi parte, seguiré recordando a Rusia por los formalistas y no por Putin, que como dice Yuval Noah Harari, «puede ganar todas las batallas, pero aún así perder la guerra».