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La tranquilidad

Si analizamos esas razones que existen para que sean tantos los que no logren ese estado ideal, se podrían establecer unos grupos bien definidos, pero el grupo más crítico es consecuencia de vivir en un país muy desigual en el que un elevado porcentaje de habitantes sobreviven en condiciones de pobreza o de extrema pobreza. 

Siempre he considerado que a la tranquilidad, como sensación de paz y sosiego, no se le ha dado la tremenda importancia que esta debería tener en nuestra conciencia, esa que califica lo bueno, lo malo o lo regular. Cuando se va terminando el año, por ejemplo, se desea una Feliz Navidad, y al iniciar el siguiente nos deseamos un Próspero Año Nuevo, pero jamás le hemos expresado a algún familiar o amigo, nuestro deseo de que tenga un nuevo año tranquilo y sin zozobras, cuando quizás sea eso lo que más se necesita y desearía uno en este agitado y convulsionado tiempo. 

La tranquilidad no es siquiera contemplada entre el orden de prioridades por niños, adolescentes y jóvenes, porque en esas edades la dinámica propia de su exceso de energía genera un estado muy diferente, y obviamente que ni siquiera les interesa. Pero aunque esa franja no la acepte y eventualmente la sienta como equivalente de lentitud, la tranquilidad es factor determinante para la correcta toma de decisiones y acciones. Así mismo, aunque lo ideal y casi que lo normal sería que con el correr de los años y al ir ganando experiencia con el tiempo, vayamos transitando hacia un estado de mayor tranquilidad, hay muchas personas mayores que no logran conseguirla, y obviamente son múltiples las razones por las que muchísimos colombianos no pueden gozar de esta. 

Si analizamos esas razones que existen para que sean tantos los que no logren ese estado ideal, se podrían establecer unos grupos bien definidos, pero el grupo más crítico es consecuencia de vivir en un país muy desigual en el que un elevado porcentaje de habitantes sobreviven en condiciones de pobreza o de extrema pobreza. Para ellos la tranquilidad se hace inalcanzable, porque para lograrla resulta indispensable por lo menos un mínimo equilibrio económico. Pero así mismo, hay también varios grupos de personas con recursos suficientes, que se encargan de hacer hasta lo imposible para no vivir en paz y con tranquilidad.

Los insaciables, los envidiosos, los torcidos y retorcidos, los rencorosos, los tramposos, los malgeniados, los desagradecidos, los miserables, los negativos, entre otros, jamás gozarán de tranquilidad, así traten de ocultarlo. Ni qué decir de aquellos que venderían, o ya han vendido su alma al diablo por acumular más riqueza o más poder, o ambos de manera simultánea. Son esos que consideran que no hay nada más inservible que la ética, y que solo son ladrones aquellos que asaltan bancos y roban celulares. Y la honestidad, como tal, la acomodan de acuerdo a su conveniencia tratando de engañar a su conciencia, o lo poco que les queda de esta. 

Afortunadamente aún quedan muchísimas personas que no comulgan con esos comportamientos; personas honestas, generosas, sinceras, afectuosas, alegres, respetuosas, proactivas, que le aportan a la sociedad con su ejemplo, y que construyen a través de los años, su tranquilidad personal. Pero no es menos importante la tranquilidad colectiva, esa que nos brinda la democracia, y es por esa tranquilidad que deberemos votar masivamente por Fico. Nunca por Petro porque acabaría con la tranquilidad de muchos y empeoraría la intranquilidad del resto. Confieso que al iniciar esta columna no consideré politizarla, pero ante las actuales circunstancias y por el peligro que hoy se cierne sobre Colombia, me sentí obligado a hacerlo. Solo espero que mis lectores lo comprendan.

nicoreno@ambbio.con.com

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