Desde hace muchos años Pedro acostumbra a llevar unos billetes sueltos para irlos dando en sus cotidianos recorridos entre el trabajo, diligencias y asuntos sociales, a personas que él considera que los necesitan, ya sean malabaristas en una esquina, un limpiavidrios que se ubica en el semáforo, el cuida-carros, o aquellos que van recorriendo su barrio recogiendo desechos reciclables, lo anterior, sin que necesariamente le hayan prestado “sus servicios”, también procura aportarle a papayeras o músicos que se han dedicado a llevar serenatas no solicitadas, recorriendo calles y barrios, obligados por la falta de trabajo por la pandemia.
Y es que Pedro tiene infinidad de anécdotas sobre ese tema.
Hace unos años, conducía él por la carrera 52 y antes de llegar a la calle 79 pudo observar a un par de niños entre los 9 y 11 años, recogiendo desperdicios de las canecas de casas y edificios del sector. ¡Qué tristeza! Pensó, son casi las 11 de la noche y estos niños en ese duro trabajo. No paró, pero a Pedro lo invadió un sentimiento de culpa y dio la vuelta a la manzana, frenó frente a ellos y les preguntó sobre su faena. Ya sabiendo la razón por la que les tocaba trabajar, les regaló $20.000 a cada uno, fue cuando el más pequeñito le dijo: “¿Y para mi primo que va una cuadra adelante organizando la basura para que nosotros la recojamos, no le va a dar nada?”. Pedro siguió para comprobarlo y efectivamente allí iba uno como de 13 años organizando los desperdicios, y cuando le preguntó por sus primitos, este se preocupó pensando en algo malo. “Tranquilo”, le dijo Pedro, “solo quería comprobar que sí venías haciendo este trabajo con ellos”, y le dio otros $20.000. Pedro continúo el recorrido hacia su casa con sentimientos encontrados, contento por haberlos ayudado y hacerlos sentir que alguien pensaba en su esfuerzo, triste por haber visto lo que les tocaba a esos tres niños, sabiendo que es lo que les sucede a miles de niños pobres de nuestra ciudad y país, y hasta culpable por no haberles dado algo más. Pedro ha pasado tarde por la carrera 52 otras veces, para ver si los encuentra de nuevo y saldar la deuda de su preocupación final. Pero no los ha visto.
Como a Pedro le encanta comer helado, cada vez que llega a cualquiera de las heladerías, analiza si cerca hay algunos que quisieran un helado y no pueden comprarlo, y cuando hay alguno o algunos les brinda de acuerdo al gusto. Recientemente Pedro entró a comer una hamburguesa y vio en la puerta a una señora con una niñita de unos 6 años, vendiendo bolsas de basura. “¿No les provocaría una hamburguesa?” La niñita, muy linda por cierto, asintió con la cabeza, y le dijo: “¡con una gaseosa!”. “Tres combos, dos para llevar”, pidió Pedro, y al llevarlos les preguntó si querían helado, doble, les aclaró. “Tres vasitos dobles, dos de chocolate con vainilla y uno de chocolate con macadamia”, pidió. Es que a Pedro le encanta el helado de macadamia. Rumbo a su casa Pedro pensaba que el combo y el helado estaban deliciosos, pero lo mejor de aquella noche fue el encuentro con esa señora, a la que además le compró dos paquetes de bolsas de basura que no necesitaba.
Con la historia de Pedro lo que pretendo es que la analices, que te pongas en el puesto de él, y que procures hacerlo en la medida de tus posibilidades, así podrás comprobar la tremenda satisfacción de ir repartiendo unos pesos y detalles que se convierten en alegría para algunos menos favorecidos. ¡Haz la prueba y lo verás!
nicoreno@ambbio.com.co