Cursaba yo 6º bachillerato, y sucedió un hecho bien tonto, pero que jamás he podido olvidar. Un compañero de clases del que por obvias razones omito su nombre, era definitivamente un pésimo estudiante. Un buen día el profesor de física lo llamó al tablero para resolver un problema. Conociéndolo, todos estábamos a la expectativa de lo que haría. P. G. (las iniciales sí me atrevo a decirlas) se levantó de su asiento como un resorte, y pronunció esa frase que no he podido olvidar: “Profe, yo de nada sé nada, pero de física sé menos”, y se sentó. Pasó entonces lo que nunca he podido entender: Nadie se rió, fue como si hubiéramos escuchado la sentencia de un filósofo clásico.

Tendría yo 17 años cuando se me dio por producir gomina para el cabello. Era lo más común utilizar brillantinas relativamente grasosas, pero en el mercado local dos marcas de gomina dominaban la escena, ‘Lechuga’ y ‘Louis Philipe’. A mis gominas las llamé ‘Renoline” –por aquello de Moroline, marca de moda– y ‘Gominox’, una de color rosado y la otra verde como los de las marcas reconocidas. Mi cliente estrella era la Droguería Nueva York. Mi padre, que tendría entonces unos 44 años, tenía calvicie prematura. Entonces le sugerí que probara con mis gominas, y él escogió ‘Renoline’ –Por lo del Reno– y pasados unos dos años, le dije: Viste viejo, que desde hace dos años se te aguantó la caída del pelo. Su respuesta jamás la he olvidado: ¿Cómo se me va a caer si lo tengo siempre pegado? Creo que tenía razón.

Y hablando de cabello, aunque a los 40 años yo tenía “una mata e pelo”, analizando lo de la calvicie de mi papá aproveché un viaje a Bogotá, y recordé una publicidad de Sarmiento Hermanos, que salía diariamente en El Tiempo, anunciando que detenían la caída del pelo y lograban que salieran muchos más. Me acerqué a su consultorio y me atendió una joven que me hizo una serie de preguntas, entre estas: ¿Qué se aplica usted en el cabello? Fijadores en aerosol marcas ‘The dry look’, de Gillette, y ‘Consort’, fue mi respuesta. Corto circuito total para la joven. Me atendió entonces uno de los Sarmiento, supuesto doctor, y me preguntó: ¿Cada cuánto se lava Ud. el cabello? Mi respuesta: Cada dos días. ¡No, cómo va a ser!, Usted debe lavárselo máximo una vez a la semana, fue su respuesta. Doctor, yo vivo en Barranquila y allá hace mucho calor, imposible una vez cada semana porque se me caería más el pelo. Con su acento cachaco sentenció: Ala, Dr. Renowitzky, ¿Cuándo ha visto en la calle un loco calvo? Desde entonces observo más a los locos, ¡y tenía razón!

A mediados de los 90, un domingo en la mañana me encontraba trabajando en casa, estaba muy concentrado en el computador cuando sonó el timbre, interrumpiendo mi labor, fui a abrir la puerta. Un carajito de unos 12 años me dijo de una: ¿Señor, tendrán periódicos viejos que me regalen? No sé, mijo, pero ahora estoy trabajando. A lo que me respondió con una pregunta que nunca he olvidado: ¿Y usted qué cree que yo estoy haciendo? No solo busqué todos los periódicos viejos, sino que le ofrecí un buen desayuno.

Con certeza absoluta, amable lector, que si te dedicas a recordar frases sencillas pero que podrían considerarse hasta memorables, por las personas y los momentos en que estas sucedieron, recordarás varias, y quizás por lo menos, te arrancarán una sonrisa.

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