Esta es mi primera columna del año, y quiero comenzarla hablando acerca de lo que tenemos enfrente: un 2022 decisorio, turbulento y, como ya es una constante con esta pandemia, incierto.

Mucho se habla de lo que vendrá, y en la mayoría de los casos, el miedo es un factor común. Porque una gran parte le tiene pavor al futuro de este país, a las decisiones que se tomen en las elecciones legislativas que, sin lugar a dudas, influirán en mantener nuestra democracia, a la gran decisión que se tome en mayo, que seguro traerá, como siempre, altas temperaturas en las conversaciones entre familiares y amigos, y a lo que suceda finalmente con este virus.

Sin embargo, el miedo no puede ser más grande que la razón, y es hora de que, por lo menos cuando se trate acerca del covid-19, tratemos las cosas racionalmente. Luego de dos años de pandemia, luego de todo lo que hemos aprendido acerca del virus, luego del éxito que ha sido la vacunación en Colombia (pues ‘al César lo que es del César’ y el proceso ha sido satisfactorio), y luego de que ha sido demostrado que el confinamiento es insostenible, inviable y lleva a millones al desempleo, es irracional que a este punto tantos consideren que los niños y jóvenes no deban volver a las aulas presenciales, y es ilógico que algunos pidan que nos vuelvan a encerrar por una variante que si bien es más agresiva con respecto al número de contagios, es más dócil (casi inexistente) con respecto al número de muertes que causa.

Esta semana ha sido nuevamente tendencia el tema del Carnaval de Barranquilla. En redes sociales se debate arduamente acerca de su eventual desarrollo, pues algunos consideran que es ‘una locura’ que si quiera se esté poniendo sobre la mesa que vaya haber desfiles y otros eventos, dónde se espera la participación de miles de personas. ‘¿Cómo va a ser más importante una fiesta que la salud de la gente?’, ‘¿Cómo se puede aceptar tanta irresponsabilidad por un festejo?’, son algunos de los comentarios.

Y aunque es válido que haya gente que piense de esta forma, la realidad es que nada es negro o blanco con este virus, y hay que ver las cosas desde la perspectiva más realista y conveniente posible.
Antes que nada, es importante aclarar que en este momento en Barranquilla, el 97% de su población tiene una dosis de vacunación, y el 70% tiene ambas dosis, que, de acuerdo con las más recientes declaraciones del Distrito, el sistema de salud no se encuentra ‘estresado’, debido a que es bastante baja la probabilidad de muerte con esta variante, que de acuerdo a la manera como los ‘picos’ de este virus se han desenvuelto, lo más probable es que para el Carnaval, la ‘ola’ ya se haya bajado, y que, en caso tal de que sí se lleve a cabo la fiesta, se hará de la manera más responsable posible.

Pero lo más importante de todo es que no es una ‘fiesta’, es el jalón de economía que esta ciudad y sus alrededores necesita, es el oxígeno de miles de familias que dependen de esto, y es la mano de los artistas, bailarines, músicos, diseñadores, tenderos, vendedores ambulantes, etc, que precisan que se les dé. Esa es la realidad.

Ha quedado probado que encerrarnos no funciona, y que lo único que verdaderamente sirve es impulsar a que todo el mundo se vacune. Cuanto antes.
Porque vacunarse es la verdadera solución, y no hacerlo es la verdadera irresponsabilidad.

Pero mientras tanto, es hora de volver a vivir y gozar…en medida.