Cuando en veinte años se estudie lo que pasó en el fatídico 2020, cuando cuenten acerca de las trágicas muertes que pudieron prevenirse, y cuando hablen acerca de quiénes fueron los que encontraron la tan anhelada vacuna, yo quiero que también puedan hablar acerca de los otros héroes de esta historia, los que poco hablan porque su modestia no se los permite, y los que hacen lo que hacen por vocación, y no por reconocimiento.
Sé que no soy nadie para pensar que mis palabras tendrán eco, pero al menos sé que al escribirlas, quedarán inmortalizadas para siempre. Me gusta pensar que alguien en el futuro podrá toparse con ellas y leerlas. Me gusta creer que si lo escribo, jamás lo olvido. Por eso hoy quiero dedicarle esta columna a uno de esos héroes silenciosos que con sus acciones hablan. Por eso hoy quiero hablar del doctor que no quiero que nadie olvide. Por eso hoy quiero darle las gracias al hombre que le salvó la vida a mi primo.
Pero para poder hablar sobre lo que hizo el doctor Álvaro Villanueva Calderón, primero tengo que contar qué fue lo que le sucedió a mi primo Carlos Hernando Pérez, cómo fue que se contagió con el Coronavirus y cuáles fueron esos errores que casi le cuestan la vida.
Su hija Juliana aterrizó en Barranquilla el pasado 15 de marzo. Había estado un año por fuera estudiando una maestría en Madrid. No venía de vacaciones, simplemente había acabado el curso y era hora de volver a casa. Pero Juliana, que no portaba ningún síntoma, viajó completamente protegida. No habló con nadie, ni tocó a nadie en el camino. Nadie la fue a buscar al aeropuerto y cuando llegó a su casa, nadie la recibió. Se encerró en su cuarto para cumplir con el protocolo de total aislamiento que el gobierno le había exigido, y le dejaban la comida en la puerta. A los pocos días de su llegada, los encargados de la Secretaría de Salud fueron al apartamento a hacerle las pruebas, y luego de una semana (ya que en ese momento, los exámenes debían viajar a Bogotá), vinieron los resultados. “Negativo”, le dijeron. Así que por fin, pudo salir del encierro y volvió a ver a sus familiares en la sala. Ni siquiera le dieron un abrazo.
Juliana no salió de su casa, como tampoco lo hizo su familia, pero a los pocos días, mi primo Carlos se empezó a sentir mal. Tenía tos, fiebre y falta de apetito. Así que le hicieron la prueba, pero por segunda vez en esta historia, le dijeron que había salido negativa.
Sin embargo, al seguir presentando los mismos síntomas, mi primo llamó al doctor Álvaro Villanueva Calderón y le contó lo que le estaba sucediendo. Este le indicó que se fuese al hospital inmediatamente, y ordenó que le dieran el tratamiento para combatir el Coronavirus, a pesar de que sus pruebas hubiesen salido negativas.
Desde el primer momento, fue él quien se apersonó del tema y estuvo en constante comunicación con los médicos de la clínica en la que estaba Carlos. Le recetó siete días de hidroxicloroquina, pero al final, el Dr Villanueva y el equipo médico de la clínica, al ver que sus pulmones estaban muy comprometidos, decidieron sedarlo y entubarlo. Al cuarto día de estar en ese estado, le repitieron la prueba, y finalmente salió positiva.
Mi primo Carlos se salvó porque el doctor Álvaro Villanueva siguió el instinto que le ha dado su experiencia, porque se dejó llevar por los síntomas y no por unos resultados que, lastimosamente, no son precisos, y porque ha dedicado su vida a combatir este tipo de casos, pero, ¿cuántos colombianos cuentan con un Dr. Villanueva? ¿Cuántos dependen de lo que diga una prueba para que lo atiendan en un hospital? ¿Cuántos morirán por esto?
Esas son las preguntas que a mí me quitan el sueño.