Las obras públicas que se han construido en nuestra ciudad durante la última década han propiciado una evidente mejora de la calidad de vida para sus habitantes. Especialmente la canalización de los arroyos y la recuperación de los parques, dados los inmediatos impactos que generan al mitigar riesgos para la seguridad y brindar espacios de esparcimiento con calidad al alcance de todos, constituían unos grandes pendientes que en buena hora se han solucionado casi totalmente. Quedan algunos proyectos por ejecutar y uno que otro detalle por terminar, pero en términos generales se puede decir que muy pronto nos libraremos por completo de los vergonzosos arroyos y que ya contamos con una red de parques ejemplares. La tarea para los años que siguen será encargarnos de mantener en buen estado, con disciplina y planificación, lo que se ha logrado.
Otras inversiones demandarán mayor atención y estrategia. Para que tengan sentido, los escenarios deportivos que nos dejó la celebración de los Juegos Centroamericanos y del Caribe deberían ser utilizados para incentivar en diversos aspectos la práctica del deporte en la ciudad, incluyendo mejoras en el nivel competitivo, algo que no se ha logrado del todo salvo en los deportes profesionales. Con apenas 11 medallas de oro en los Juegos Nacionales del 2019, el deporte del Atlántico, y por supuesto el de Barranquilla, tiene todavía mucho camino por recorrer. Desde luego los escenarios deportivos facilitan todo, pero es necesario programar con tino su aprovechamiento y sostenibilidad en el mediano y largo plazo.
Siguiendo con esta breve revisión de las obras que han comenzado a transformar nuestra ciudad, el reto más complicado que tenemos se relaciona con el proyecto del Gran Malecón de Río. Cientos de miles de millones se han invertido en la que puede ser la iniciativa más emblemática de nuestra historia reciente, una valiente apuesta por brindar un nuevo espacio público en una ciudad que los pide con desesperación. El paisaje y su contenido simbólico, al asomarnos por fin a la ribera del Magdalena, ofrecen un marco excepcional e inédito que explica la curiosidad que ha despertado su visita, recibiendo grandes contingentes de personas que animan y mantienen el interés.
Sin embargo, nos queda la tarea más importante. Hoy el malecón es un destino, es decir, no hace parte de la cotidianidad de los barranquilleros, por lo que hay que desplazarse con propósito para visitarlo. Es entonces necesario que la ciudad, su vida y sus dinámicas, lo alcancen. Para eso tenemos que explotar las 400 hectáreas que lo separan de la Vía 40 y extender su relación más allá de esa barrera vial para conectarlo acertadamente con Barranquilla. Este nuevo desafío no es nada sencillo, demanda constancia y apoyo por parte de las próximas administraciones, con un horizonte que se debe medir en décadas. Interesantísimo escenario para demostrar la verdadera capacidad transformadora de nuestra ciudad.
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