Un debate en el Caribe
De todas maneras los debates son necesarios porque sirven para comprobar el talante de los participantes, los tonos y actitudes ante cada pregunta, su lenguaje corporal, la coherencia de sus ideas. Como dije antes, constituyen un importante espacio de confirmación. Por eso no sorprende que aquellos que explotan el arte de la retórica siguieran utilizando viejas fórmulas que suenan bien, que inflaman sentimientos, pero que no siempre tienen fundamento en hechos concretos ni observan, con el detalle que merecen, las consecuencias reales de sus aproximaciones.
El pasado jueves 10 de febrero se celebró en Barranquilla un debate entre cuatro de los precandidatos a la presidencia. El evento, que fue organizado por el grupo estudiantil Cosmopolítica y la División de Derecho, Ciencia Política y Relaciones Internacionales de la Universidad del Norte, se llevó a cabo en las instalaciones de esa institución universitaria con transmisión libre por varios canales digitales. Fue un debate ordenado, en el que los participantes se vieron obligados a seguir unas reglas de juego muy claras, que entre otras cosas, limitaba las intervenciones con un tiempo muy corto, lo que invitaba a que fuesen concisos, evitando divagaciones inútiles. Son merecidas las felicitaciones a quienes tuvieron la responsabilidad de hacerlo posible.
Desde que las redes sociales protagonizan la mayoría de nuestras interacciones, a menos de que ocurra algo realmente sorprendente, una grosería imperdonable o un disparate mayor, creo que los debates políticos en realidad no suelen motivar cambios en la opinión de los electores. En la gran mayoría de los casos lo que dicen los participantes es utilizado por sus seguidores para reafirmar sus convicciones, o para darle más sustento al rechazo que puedan sentir por los rivales. Esto sucede porque generalmente los candidatos ya han expuesto casi todo lo que tienen que decir mediante miles de mensajes que diariamente publican en las plataformas digitales. Más que un escenario para plantear propuestas o ideas novedosas, los debates derivan hacia una cacería de errores que los partidarios militantes, o directamente a sueldo de las campañas, se encargan de replicar por todos los medios posibles. Quizá hace veinte años pasaba lo mismo sin la mediación de las benditas redes, pero al menos el ciudadano tenía un poco más de espacio para desarrollar sus propias conclusiones y no era bombardeado sin pausa por sentencias de 280 caracteres o por cortísimos videos.
De todas maneras los debates son necesarios porque sirven para comprobar el talante de los participantes, los tonos y actitudes ante cada pregunta, su lenguaje corporal, la coherencia de sus ideas. Como dije antes, constituyen un importante espacio de confirmación. Por eso no sorprende que aquellos que explotan el arte de la retórica siguieran utilizando viejas fórmulas que suenan bien, que inflaman sentimientos, pero que no siempre tienen fundamento en hechos concretos ni observan, con el detalle que merecen, las consecuencias reales de sus aproximaciones. Los que se acercan a los extremos, así lo evidenciaron; quien no tiene las cosas tan claras, sonó repetitivo; quien trata de ser sensato, continuó en esa línea. La coherencia si existió.
Por eso, me parece que lo más relevante del debate fue el orden y el respeto por parte de todos. Hubo un momento en el que uno de los moderadores le preguntó al otro, que era una estudiante, si avalaba una réplica que terminó siendo negada. El candidato involucrado se notó molesto, pero acató la decisión. Ojalá esa muestra de civilización fuese más común, se diera por hecho, y no hiciera falta resaltarla por excepcional. Ojalá la mesura y la moderación de ese debate sea una señal auspiciosa para nuestro porvenir.
moreno.slagter@yahoo.com
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