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Opinión

La densidad urbana y el virus

Nivel de ingresos, disciplina social, sentido de comunidad, sistemas de salud pública fuertes y buenos hábitos de vida, entre muchas otras variables, puede que tengan mayor incidencia en la magnitud de los brotes epidémicos.

En mi columna anterior escribí sobre las dudas que se están planteando acerca de la conveniencia del modelo de ciudad densa y compacta, al observar que la pandemia ha golpeado muy fuerte en algunas de las ciudades más densamente pobladas de mundo. Al menos esa es la impresión que se tiene cuando se revisan los datos de Nueva York, Londres o Madrid. Sin embargo, aunque sea de forma preliminar, vale la pena mirar con más atención lo que ocurre, porque hay algunos analistas que no están de acuerdo con el establecimiento de una relación tan directa entre la densidad urbana y el impacto del virus.

Nueva York es un buen ejemplo. Al ser la ciudad más poblada de los Estados Unidos, parece lógico deducir que esa condición habría facilitado el alto número de muertes que ha registrado, entendiendo que su configuración facilita las condiciones para la transmisión de la enfermedad. Ese razonamiento lleva a suponer que el distrito de Manhattan —el más denso en la ciudad más densa— debería ser el sector más damnificado. Pero no. La mayor cantidad de fallecidos se han presentado en sectores menos densos, más bien caracterizados por una alta concentración de comunidades latinas y afroamericanas. Por otro lado, varias de las grandes ciudades asiáticas afectadas por el virus, Seúl, Tokio, Hong Kong, con densidades incluso mayores a las de Nueva York, no han tenido cifras tan dramáticas de contagios y fallecidos. Incluso en Colombia una ciudad como Leticia, no propiamente densa ni significativamente poblada (tiene menos de 50 000 habitantes), ha sufrido mucho más que otros núcleos urbanos como Medellín o Bucaramanga, con diez o veinte veces más población. Algo no cuadra.

Parece entonces que no es la densidad urbana por sí misma la causa principal del padecimiento de algunas ciudades, otros factores entran en juego. Nivel de ingresos, disciplina social, sentido de comunidad, sistemas de salud pública fuertes y buenos hábitos de vida, entre muchas otras variables, puede que tengan mayor incidencia en la magnitud de los brotes epidémicos. Comprender esto es muy importante porque nos permite evadir una inútil satanización de la vida urbana, para no volver a caer en los tipos de señalamientos que promueven el éxodo de los centros urbanos y le dan fuerza a la idea del suburbio como el tipo de asentamiento ideal.

Eso no quiere decir que los planificadores, arquitectos, constructores y promotores inmobiliarios, estén libres de cierto grado de responsabilidad. Es probable que la calidad de los espacios habitables de muchas ciudades, fundamentalmente presionados por las dinámicas del mercado y la especulación financiera, se hayan deshumanizado hasta extremos inaceptables. A diferencia de la densidad urbana, el hacinamiento sí parece estar relacionado con la probabilidad de contagio, es en ese sentido que debemos dirigir nuestros mayores esfuerzos.

moreno.slagter@yahoo.com

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