Con la intención de rendirle un homenaje póstumo, en ocasiones anteriores he titulado este espacio con el nombre de algún personaje reconocido cuya partida he juzgado importante. Antonio Escohotado, Charlie Watts y Javier Marías, entre varios otros, han merecido breves y modestos panegíricos, en los que inevitablemente se vierte una genuina congoja, fruto de años de indirecta familiaridad. En esa línea, para escribir la última columna del año, he considerado pertinente honrar la pérdida del sargento Javier Enrique Solano Ruiz, bombero, quien sufrió heridas fatales cuando luchaba contra el incendio que consumió las instalaciones de Bravo Petroleum el pasado 21 de diciembre en Barranquilla.

Algunos trabajos requieren un tipo de vocación especial. Cuando nos impactan grandes desastres naturales, ataques diversos o accidentes que derivan en situaciones mortales, suele pedírsele a los ciudadanos que evacuen de inmediato, que se pongan a salvo en la medida que les sea posible. Cuando eso pasa, en dirección contraria de aquellos que corren por sus vidas, se puede ver a un grupo de personas, paramédicos, policías, militares y bomberos, que en lugar de huir de las amenazas las enfrentan y procuran anularlas. Son los que en inglés se denominan first responders, algo así como los «primeros en responder», y son responsables de evitar, poniéndose en gran riesgo, que la desgracia sume más víctimas. Fue asumiendo ese indispensable papel que el sargento Solano encontró su final, cuando apenas iniciaba la conflagración y no había certeza alguna sobre lo que podría pasar: si el fuego se extendería más allá del perímetro de los tanques, si se presentarían explosiones catastróficas, si podría haber peligro para quienes vivían cerca del lugar. Al final, el incendio causó sólo grandes daños materiales y motivó un par de días de inquietudes para los barranquilleros, pero colmó de tristeza a los familiares, colegas y amigos de su única víctima fatal.

Es la paradoja que viven aquellos que están preparados para enfrentarse al peligro, que son invisibles, incluso ignorados, hasta que se les llama con afán. Por eso con frecuencia se les descuida, porque cotidianamente no los vemos ni nos percatamos de su necesidad. Comentarios sobre algunas fallas en la dotación del agente extintor requerido para ese tipo de emergencias y sobre una deuda con el cuerpo de bomberos que acumula ya varios cientos de millones, son verdaderamente inquietantes. Es un buen momento para que quienes se tengan que poner al día lo hagan, para que las deudas se saldan y para disponer de lo que sea necesario, de tal forma que nuestros «primeros en responder» estén siempre bien dotados, preparados y con sus cuentas en orden. Tras este incidente, tan notorio, sería imperdonable permitir cualquier tipo de descuido o desidia administrativa.

No conocí al sargento Solano. Sin embargo, una buena parte de nuestro bienestar estaba en sus manos y por eso merece todo el reconocimiento, respeto y gratitud. Queda la responsabilidad en sus colegas, quienes continuarán arriesgando sus vidas por salvar las de los demás. Paz en su tumba, ojalá que sus allegados encuentren el consuelo necesario.

Nota al margen: tras una pausa necesaria, volveré a este espacio la tercera semana de enero. 

moreno.slagter@yahoo.com