En la India, el país más poblado del planeta y su quinta economía, se celebraron elecciones hace unas seis semanas. Los dispendiosos escrutinios (fueron más de seiscientos millones de votos), terminaron por otorgarle un tercer periodo de gobierno al BJP, Partido Popular Indio, liderado por Narendra Modi. La victoria, sin embargo, tuvo tintes agridulces para el BJP, que perdió la mayoría parlamentaria y vio cómo se estrecharon las diferencias con la coalición opositora, que convocó a más de 20 partidos. Por primera vez en una década, el BJP tendrá que buscar alianzas políticas y probablemente será sometido a una mayor fiscalización de sus acciones.
Los resultados fueron sorprendentes. Diversas encuestas habían vaticinado una victoria mayoritaria para Modi e incluso se contemplaba la posibilidad de que obtuviese suficientes escaños como para cambiar la constitución, lo cual intensificaba las alarmas sobre el futuro del país. El BJP es un partido nacionalista hindú que atiende principios étnicos y religiosos, y muestra hostilidad contra las minorías, especialmente las musulmanas. Desde luego, en la India esas «minorías» suman doscientos millones de personas, así que el asunto no es de poca monta. También se le achacan al BJP prácticas en contra de la libertad de prensa y persecución a sus contrincantes políticos: varios de ellos han pasado temporadas en la cárcel.
Modi acude al manual del populista clásico. Aunque es justo reconocer los avances que trajo con su gobierno, especialmente relacionados con las mejoras en infraestructura, buena parte de la India sigue sumida en la miseria y dependiente de las ayudas estatales. Una de esas ayudas, unas bolsas de cinco kilos de arroz que se distribuyen regularmente entre los más pobres, últimamente venían con un detalle: una gran impresión del rostro del primer ministro, un recordatorio de la identidad de su benefactor apuntándole a una clara búsqueda (¿compra?) de votos en la recta final de su campaña.
Es una buena excusa para recordar a Friedrich Hayek, quien nos enseñó que una excesiva intervención estatal en la economía, acompañada de políticas de subsidios y ayudas generalizadas, coartan las libertades individuales y propician las condiciones para el totalitarismo. Un pueblo dependiente no tiene muchas opciones. Aunque la India parece haber advertido algo de eso y lo demostró en las urnas, lo cierto es que el BJP ganó. Habrá que ver si la oposición logra motivar cambios de paradigma para alejar la posibilidad de una dictadura en una de las sociedades más complejas que existen. El resto del mundo debe estar atento.
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