A veces, cuando las circunstancias así se presentan, paso algunas semanas sin alejarme mucho de mis espacios habituales. Esos días transcurren dentro de un radio relativamente modesto, entre el lugar de trabajo, el apartamento en el que vivo y uno que otro lugar cercano. Es como si por un tiempo disfrutara de una de esas «ciudades de veinte minutos» que define y defiende el urbanista franco colombiano Carlos Moreno. Tales momentos, breves y limitados, terminan siendo una especie de pausa terapéutica en la que dejo de experimentar las realidades que acosan a quienes diariamente tienen que desplazarse grandes distancias.
Sin embargo, hay cosas que son inevitables. Hace poco necesité tomar la avenida Circunvalar en toda su extensión, desde Las Flores hasta la calle 30, una ruta poco frecuentada en mi cotidianidad. Aproveché para darle un repaso.
La arteria tiene tramos bien diferenciados en los que se observa la naturaleza paulatina de su desarrollo, unos mejores que otros, con alguna falla de mantenimiento esporádica, pero con cierto grado de consistencia. Para nuestro contexto, es una vía que ofrece condiciones aceptables. Hasta que llegamos a Soledad. En dirección oriente – occidente, apenas se pasa por debajo del puente de la avenida Murillo, las condiciones cambian significativamente.
Es una vergüenza. No se trata de un hueco o una zanja de importancia, lo que de todas maneras no debería ser tolerable, sino de un largo trayecto que no se puede considerar apto para su uso, dado su increíble deterioro: la seguidilla de baches, ondulaciones y obstáculos lo asemejan más a una pista de motocross que a una carretera. La carpeta de rodamiento ha prácticamente desaparecido y no hay iluminación ni demarcación alguna. Un auténtico despropósito que no se compadece con los esfuerzos de mejora de la infraestructura que son evidentes por parte de la administración distrital.
Se entiende que esa parte es responsabilidad del municipio de Soledad, y por eso no puede ser intervenida por el Distrito de Barranquilla. Esa explicación, o excusa, será válida en el papel, pero es inútil para el ciudadano, que la sufre indistintamente.
Parece evidente que no hay coordinación suficiente entre los dos entes territoriales, y tampoco parece que las prioridades estén consensuadas. O quizá no hay eso que llaman «voluntad política», que siempre me ha parecido un eufemismo para enmascarar cosas que suenan mal. Sea como sea, que una de las rutas que llevan al aeropuerto Ernesto Cortissoz presente un tramo tan deteriorado, es responsabilidad de los dirigentes de ambas ciudades, que no han podido, o no han querido, ponerse de acuerdo en algo tan fundamental.
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